Las víctimas sugieren inocencia. Y la inocencia, por la
lógica inexorable que gobierna todos los términos emparentados,
sugiere culpabilidad.
Susan Sontag
sugiere culpabilidad.
Susan Sontag
Típico domingo familiar en el que tus dulces padres te ponen
ese vestido especial y te obligan a acompañarlos all day long a la casa de tu tía para degustar un rico seco de
cabrito a la norteña y pasar todo el día con la alegre recatafila de tíos y
primos.
De esos domingos tengo muchísimos recuerdos, lo más bacán
era por supuesto pasar tiempo con los primos y hacer pillerías juntos (nunca
olvidaré cuando mi prima Luchita le metió a Miguelito - de 3 años – una cucharada
repleta de rocoto, pa que se deje de
joder). Ardió troya y como consecuencia todos castigados sin derecho a tele
ni postre.
Pero el recuerdo de este domingo soleado de mi infancia, a
mis 6 años, es particularmente especial.
Había empezado como un típico día familiar, donde corrieron sus gaseositas, sus
cervecitas y el infaltable cabrito a la norteña. La rica sazón de mi tía Nancy
había dejado a todos los grandes knock
out, luego de la tercera repetición
y mi mamá charlaba - dormitaba en la cama de mi tía matando el tiempo que en
aquellas épocas alcanzaba y sobraba.
Vamos a jugar a la azotea, me dijo mi primito Rubén de 15
años cumplidos, con una sonrisa imposible de rechazar. ¡¡¡¡Vamos!!!!!
Recuerdo como si fuera ayer cómo me divertí con él jugando a
la soga, al mundo y a la pega inmóvil.
Había que reconocer que mi primo tenía
paciencia infinita para dedicarle cerca de una hora a una pequeñina incansable
como yo. Pero al parecer el juego especial
que tenía planeado ese día para mí, tocaba al final, cuando yo ya lo había
declarado mi primo favorito y héroe personal.
Ven – me dijo- ahora vamos a jugar un juego muy especial,
yo voy a ser un poderoso dragón y tú vas a montar conmigo por los cielos de
aire y fuego. Y sin dejarme pensarlo
siquiera me jaló hacia él con fuerza y me puso pegadita sobre sus piernas para
iniciar este vuelo fantástico (y por lo que veía en sus ojos, muy emocionante
para él). Pasaron posiblemente 5 segundos y sólo puedo entender que fue el
sexto sentido de madre o mi poderoso y enigmático ángel guardián, pero Juanita
apareció en la azotea, con ojos horrorizados y al parecer – por el grito que
pegó – muerta de furia. Sinceramente aquí el recuerdo se pone borroso, sólo sé
que me arrastraron por la escalera hacia el segundo piso, me metieron a la
ducha helada, rompieron mi bello vestido y entre gritos llorosos me revisaron
completamente sólo para comprobar que estaba - digamos -“intacta”. Yo sólo lloraba aterrada, sin entender qué
había hecho mal y sin comprender que me podría haber ido mucho peor si mi madre
no aparecía en la escena del juego.
No volvimos por mucho tiempo a la casa de mi tía Nancy,
tampoco vi a mi primo por años. Según mi mamá, su castigo había sido tan
ejemplar como el mío (lo dudo). Sin duda
ese día tuve- en medio de todo- suerte, una vez más Juanita fue mi salvadora,
pero pienso en todas aquellas niñas que no la tuvieron, pienso en mi lindo
vestido hecho jirones (un poquito como mi alma ese día) y pienso en toda la
culpa que pude sentir a mis seis años por algo que recién pude entender muchos
años más tarde.
Mis amigas muchas veces me dicen que soy una exagerada,
porque ya estoy inquieta cuando mis preciosas sobrinas juegan brusco son sus
primos mayores, y es cierto, reconozco que exagero. Pero no soporto la remota
idea de que a algún sobrino querido le perturben en el grado más mínimo ese
tesoro que es la inocencia. Hoy queridas
amigas y a propósito de la marcha quería compartir con ustedes esta historia,
que gracias a Dios y a mi madre no tuvo un final tan malo. Valgan las verdades,
creo que el plan del primo no era tan
oscuro como se podría pensar, pero gracias a Dios no hubo oportunidad de
averiguarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario