jueves, 11 de agosto de 2016

Todo queda en Familia

Las víctimas sugieren inocencia. Y la inocencia, por la lógica inexorable que gobierna todos los términos emparentados,
sugiere culpabilidad.

Susan Sontag

Típico domingo familiar en el que tus dulces padres te ponen ese vestido especial y te obligan a acompañarlos all day long a la casa de tu tía para degustar un rico seco de cabrito a la norteña y pasar todo el día con la alegre recatafila de tíos y primos.

De esos domingos tengo muchísimos recuerdos, lo más bacán era por supuesto pasar tiempo con los primos y hacer pillerías juntos (nunca olvidaré cuando mi prima Luchita le metió a Miguelito - de 3 años – una cucharada repleta de rocoto, pa que se deje de joder). Ardió troya y como consecuencia todos castigados sin derecho a tele ni postre.

Pero el recuerdo de este domingo soleado de mi infancia, a mis 6 años,  es particularmente especial. Había empezado como un típico día familiar, donde corrieron sus gaseositas, sus cervecitas y el infaltable cabrito a la norteña. La rica sazón de mi tía Nancy había dejado a todos los grandes knock out,  luego de la tercera repetición y mi mamá charlaba - dormitaba en la cama de mi tía matando el tiempo que en aquellas épocas alcanzaba y sobraba.

Vamos a jugar a la azotea, me dijo mi primito Rubén de 15 años cumplidos, con una sonrisa imposible de rechazar. ¡¡¡¡Vamos!!!!!
Recuerdo como si fuera ayer cómo me divertí con él jugando a la soga, al mundo y a la pega inmóvil. 
Había que reconocer que mi primo tenía paciencia infinita para dedicarle cerca de una hora a una pequeñina incansable como yo.  Pero al parecer el juego especial que tenía planeado ese día para mí, tocaba al final, cuando yo ya lo había declarado mi primo favorito y héroe personal. 

Ven – me dijo- ahora vamos a jugar un juego muy especial, yo voy a ser un poderoso dragón y tú vas a montar conmigo por los cielos de aire  y fuego. Y sin dejarme pensarlo siquiera me jaló hacia él con fuerza y me puso pegadita sobre sus piernas para iniciar este vuelo fantástico (y por lo que veía en sus ojos, muy emocionante para él). Pasaron posiblemente 5 segundos y sólo puedo entender que fue el sexto sentido de madre o mi poderoso y enigmático ángel guardián, pero Juanita apareció en la azotea, con ojos horrorizados y al parecer – por el grito que pegó – muerta de furia. Sinceramente aquí el recuerdo se pone borroso, sólo sé que me arrastraron por la escalera hacia el segundo piso, me metieron a la ducha helada, rompieron mi bello vestido y entre gritos llorosos me revisaron completamente sólo para comprobar que estaba - digamos -“intacta”.  Yo sólo lloraba aterrada, sin entender qué había hecho mal y sin comprender que me podría haber ido mucho peor si mi madre no aparecía en la escena del juego. 

No volvimos por mucho tiempo a la casa de mi tía Nancy, tampoco vi a mi primo por años. Según mi mamá, su castigo había sido tan ejemplar como el mío (lo dudo).  Sin duda ese día tuve- en medio de todo- suerte, una vez más Juanita fue mi salvadora, pero pienso en todas aquellas niñas que no la tuvieron, pienso en mi lindo vestido hecho jirones (un poquito como mi alma ese día) y pienso en toda la culpa que pude sentir a mis seis años por algo que recién pude entender muchos años más tarde. 


Mis amigas muchas veces me dicen que soy una exagerada, porque ya estoy inquieta cuando mis preciosas sobrinas juegan brusco son sus primos mayores, y es cierto, reconozco que exagero. Pero no soporto la remota idea de que a algún sobrino querido le perturben en el grado más mínimo ese tesoro que es la inocencia.  Hoy queridas amigas y a propósito de la marcha quería compartir con ustedes esta historia, que gracias a Dios y a mi madre no tuvo un final tan malo. Valgan las verdades, creo  que el plan del primo no era tan oscuro como se podría pensar, pero gracias a Dios no hubo oportunidad de averiguarlo.


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