viernes, 12 de agosto de 2016

Yo lo conocí en un taxi

La creatividad vendría a ser hija del sufrimiento. Lo cual no quiere decir que el sufrimiento sea madre de todas las creatividades.
Boris Cyrulnik

Sinceramente no sé qué bicho me picó. No era algo que haría normalmente pero ese día estaba agotada, con el celular muerto y sólo pensando en llegar a mi cama luego de un día demasiado largo – 8 horas en la oficina, al menos 3 horas en taxis y dos clases seguiditas de 4 horas en la maestría.
Así que me despedí de mis amigos, extendí la mano y paré el primer taxi que vi entre el tumulto de carros que se paran a esa hora (10:30 pm) en la puerta de la PUCP.

El trayecto era largo, desde la Católica hasta el trigal en Surco, así que me dispuse a acomodarme, cargada de cosas como voy siempre y a relajarme en el asiento trasero, pidiéndole al taxista que ponga música tranquila, ya que en la radio sonaba a más volumen de lo tolerable a esa hora, la canción “Ajena” muy de moda por aquellos tiempos. El taxista me hizo caso, y lo vi tomar la ruta de la Costa Verde. En ese momento me hincó el primer pinchazo de sensatez. Caray, la próxima como sea me consigo un taxi seguro.  Pero ya estaba sobre el coche, literalmente, así que no dejé prosperar ese pensamiento y decidí, como hago siempre, entablar una conversación con mi taxista de turno.

Pareció interesado en conversar y me siguió el amén comentándome que cuánta gente salía de la universidad a esa hora, etc. Todo iba maravilloso, hasta que empecé a notar que sus miradas a través del espejo retrovisor se hacían cada vez más intensas y prolongadas. Esto me empezó a angustiar - primero porque pensé ahorita se estrella-  pero tuve que reemplazar muy a mi pesar este pensamiento por otro peor. No va a chocar porque no hay absolutamente nadie en este trecho de la costa verde. Sinceramente no sé qué había pasado pero la pista se veía vacía, absolutamente desolada y el mar más oscuro que nunca. 

Decidí en milésimas de segundos- y sin dejar de conversar (para bien o para loco, tengo la habilidad de entablar una conversación externa y hasta 2 internas al mismo tiempo) traté de ocultar lo mejor posible mi incomodidad, hablando hasta por los codos y contándole cosas graciosas al taxista.
Todo iba aparentemente bien, pero a unos pocos minutos - calculo que a la altura de magdalena- el taxista paró súbitamente en un descampado al lado de la pista y volteó completamente el cuerpo para decirme con autoridad Pásate adelante. Dos simples palabras y mi mundo se puso de cabeza.

Le sonreí con mi sonrisa de Mona Lisa y le dije lo más alegre y amical que pude y clavándole la mirada hasta lo más profundo de su oscura alma, Uy amigoooo, aquí no te puedes parar, te va a agarrar el patrullero, más tarde mejor me paso, arranca arranca que nos pillan.
Me miró con ojos de duda por unos segundos, lo miré con toda la seguridad provista por los ángeles del cielo, sonriéndole y asintiendo con la cabeza (según yo comunicándole en lenguaje no verbal, apúrate amigo, VAMOS!). Parece que decidió a mi favor. Arrancó nuevamente el carro y yo sólo dije Gracias Dios mío en mi cabeza, porque externamente ya había iniciado una nueva y cantarina conversación contándole que tenía que amanecerme para terminar un trabajo y todo lo que se viniera en ese momento a mi mente adrenalínica.

Parecía que lo peor había pasado, igual recuerdo que mi corazón latía como tambor en batucada durante el largo trayecto. Ya cuando estábamos en la subida a Miraflores, me mira fijamente por el espejo retrovisor y me suelta Oe amiga, tu eres bien valiente no? Para subirte a un taxi a esta hora y sola. Aquí, si yo quiero te puedo hacer lo que me dé la gana.
Mi corazón rebotó unas cuatro veces en mi estómago. Sin dejar de mirarlo fijamente y sonriéndole sin pestañear una sola vez, le solté No amigo, no es que sea valiente. Te voy a contar, lo que pasa es que toda mi familia es de militares y sé manejar un arma desde los 13 años. Jamás salgo sin ella, porque nunca sabes con quién te vas a encontrar. Gracias a Dios tú si eres una buena persona, pero varias veces he tenido que ir apuntando todo el camino a indeseables y perversos que no merecen vivir, así que sin remordimientos los mataría si hace falta. Pero felizmente no es el caso, jajaja. Tú se nota que eres una persona ultra decente.

Me la jugué el todo por el todo, en ese momento sólo quería llorar y tirarme por la ventana, pero estaba petrificada, pegada con UHU al asiento sin poder mover un dedo. 
Quitó la mirada del retrovisor, me dijo Ah ya amigaaa, clarooo, conmigo no hay peligro alguno, pero nunca sabes, por eso te decía.  Me reí con él, y reanudé mi parlanchina conversa en lo que restaba de camino, hasta que vi con ansias aparecer mi calle y la reja de mi edificio. Fue la visión más hermosa que tuve en la vida. Le pagué, le dije gracias amigo y me bajé al vuelo, sólo para abrir mi puerta y tirarme al mueble a hiperventilar un poco mientras las lágrimas contenidas encontraban su camino hacia la tranquilidad. 
Mi mami ya estaba dormida, igual me sintió y me balbució una bienvenida. Yo sólo aterricé en mi cama y dirigí probablemente una de las oraciones más agradecidas de mi vida. Pensé en mi papá Luchito, en mi titi Conchito y en toda la vara que tengo por allá en las alturas. Ellos con seguridad me soplaron cada palabra y me regalaron el temple que nunca imaginé que tendría en una noche oscura como aquella. Ese día, este amigo me robó por mucho tiempo la tranquilidad de sentirme segura en un taxi, ese día perdí también un poquito de fe en la humanidad y comprendí que la suerte que yo había tenido, muchas no la tendrían. Y que al día siguiente este mismo taxista estaría ahí, en la puerta del PUCP esperando a alguna alumna cansada, llena de planes y sueños para intentar su oscura jugada.  Y es que mi titi tenía razón cuando me decía de pequeña que los monstruos siempre salen de noche. 




jueves, 11 de agosto de 2016

Todo queda en Familia

Las víctimas sugieren inocencia. Y la inocencia, por la lógica inexorable que gobierna todos los términos emparentados,
sugiere culpabilidad.

Susan Sontag

Típico domingo familiar en el que tus dulces padres te ponen ese vestido especial y te obligan a acompañarlos all day long a la casa de tu tía para degustar un rico seco de cabrito a la norteña y pasar todo el día con la alegre recatafila de tíos y primos.

De esos domingos tengo muchísimos recuerdos, lo más bacán era por supuesto pasar tiempo con los primos y hacer pillerías juntos (nunca olvidaré cuando mi prima Luchita le metió a Miguelito - de 3 años – una cucharada repleta de rocoto, pa que se deje de joder). Ardió troya y como consecuencia todos castigados sin derecho a tele ni postre.

Pero el recuerdo de este domingo soleado de mi infancia, a mis 6 años,  es particularmente especial. Había empezado como un típico día familiar, donde corrieron sus gaseositas, sus cervecitas y el infaltable cabrito a la norteña. La rica sazón de mi tía Nancy había dejado a todos los grandes knock out,  luego de la tercera repetición y mi mamá charlaba - dormitaba en la cama de mi tía matando el tiempo que en aquellas épocas alcanzaba y sobraba.

Vamos a jugar a la azotea, me dijo mi primito Rubén de 15 años cumplidos, con una sonrisa imposible de rechazar. ¡¡¡¡Vamos!!!!!
Recuerdo como si fuera ayer cómo me divertí con él jugando a la soga, al mundo y a la pega inmóvil. 
Había que reconocer que mi primo tenía paciencia infinita para dedicarle cerca de una hora a una pequeñina incansable como yo.  Pero al parecer el juego especial que tenía planeado ese día para mí, tocaba al final, cuando yo ya lo había declarado mi primo favorito y héroe personal. 

Ven – me dijo- ahora vamos a jugar un juego muy especial, yo voy a ser un poderoso dragón y tú vas a montar conmigo por los cielos de aire  y fuego. Y sin dejarme pensarlo siquiera me jaló hacia él con fuerza y me puso pegadita sobre sus piernas para iniciar este vuelo fantástico (y por lo que veía en sus ojos, muy emocionante para él). Pasaron posiblemente 5 segundos y sólo puedo entender que fue el sexto sentido de madre o mi poderoso y enigmático ángel guardián, pero Juanita apareció en la azotea, con ojos horrorizados y al parecer – por el grito que pegó – muerta de furia. Sinceramente aquí el recuerdo se pone borroso, sólo sé que me arrastraron por la escalera hacia el segundo piso, me metieron a la ducha helada, rompieron mi bello vestido y entre gritos llorosos me revisaron completamente sólo para comprobar que estaba - digamos -“intacta”.  Yo sólo lloraba aterrada, sin entender qué había hecho mal y sin comprender que me podría haber ido mucho peor si mi madre no aparecía en la escena del juego. 

No volvimos por mucho tiempo a la casa de mi tía Nancy, tampoco vi a mi primo por años. Según mi mamá, su castigo había sido tan ejemplar como el mío (lo dudo).  Sin duda ese día tuve- en medio de todo- suerte, una vez más Juanita fue mi salvadora, pero pienso en todas aquellas niñas que no la tuvieron, pienso en mi lindo vestido hecho jirones (un poquito como mi alma ese día) y pienso en toda la culpa que pude sentir a mis seis años por algo que recién pude entender muchos años más tarde. 


Mis amigas muchas veces me dicen que soy una exagerada, porque ya estoy inquieta cuando mis preciosas sobrinas juegan brusco son sus primos mayores, y es cierto, reconozco que exagero. Pero no soporto la remota idea de que a algún sobrino querido le perturben en el grado más mínimo ese tesoro que es la inocencia.  Hoy queridas amigas y a propósito de la marcha quería compartir con ustedes esta historia, que gracias a Dios y a mi madre no tuvo un final tan malo. Valgan las verdades, creo  que el plan del primo no era tan oscuro como se podría pensar, pero gracias a Dios no hubo oportunidad de averiguarlo.