Para tí mi progenitora. Tu historia es la mía. Y en la mía eres la indiscutible protagonista.
Allá por los cincuentas en un pueblo perdido del valle de Chicama, rodeado de chacras de azúcar y terrales, vivía Don Luzgardo Vásquez, agricultor de origen Huamachucano con aires de hacendado, jefe de una familia de 11 galifardos. Viudo prematuramente hacía gala de un sistema familiar basado en el ahorro extremo, el correazo limpio y otras técnicas “disciplinarias” que probablemente en estas épocas le ameritarían unas cuantas visitas a la comisaría.
Allá por los cincuentas en un pueblo perdido del valle de Chicama, rodeado de chacras de azúcar y terrales, vivía Don Luzgardo Vásquez, agricultor de origen Huamachucano con aires de hacendado, jefe de una familia de 11 galifardos. Viudo prematuramente hacía gala de un sistema familiar basado en el ahorro extremo, el correazo limpio y otras técnicas “disciplinarias” que probablemente en estas épocas le ameritarían unas cuantas visitas a la comisaría.
Allí en medio de 11 hermanos, estaba la pequeña Juana Olga Vásquez
Sánchez, una vivaz muchachita, prácticamente criada por sus hermanas mayores,
que pasaba sus días entre el colegio fiscal, el corral, la chacra y correteando
pata en el suelo. Ella casi no disfrutó de su mamá ( aunque todos le decían lo
parecida que era) pero lo que sí había heredado a todas luces era su espíritu
inquieto, que le ameritaba estar permanentemente castigada en las distintas
modalidades del abuelo (correazo, inmersión, colgamiento, etc.).
No sé si Juanita tuvo una infancia feliz. Calculo que no
tanto, porque le faltó lo más importante: el afecto de una madre (y el abuelo
no era precisamente un papá amoroso). En
su casa se vivió mucha violencia y el miedo rondaba permanente la vida de ella
y sus hermanos. Sin embargo, había algo que ella disfrutaba en extremo y que
fue finalmente su línea de escape a una vida diferente: los estudios. A pesar
de las limitaciones se las ingeniaba para “a la luz de las velas” estudiar,
hacer sus tareas y obtener las mejores notas que habían pasado por la casa de
los Vásquez Sánchez. A punta de llantos y ruegos logró que el duro corazón de
Don Luzgardo apostara por su educación y la enviara a una secundaria particular
en Trujillo, donde iba de interna. Calculo que el abuelo vio en su menor hija, cualidades especiales que lo motivaron a desenterrar los ahorros y romper la tradición familiar. Cuentan las historias que las profesoras le
aguantaban sus palomilladas sólo por las excelentes notas que profesaba.
Una vez graduada convenció nuevamente al abuelo de enviarla
a Lima para estudiar Economía en una universidad sencilla pero privada. Para
tal magno fin, fue acogida en la casa de uno de sus hermanos mayores, donde se
ganaba el sustento cuidando a sus sobrinos, cocinando, entre otras faenas. Su cama estaba en una buhardilla en el piso
superior y su vida transcurría entre los estudios y la casa porque su hermano había
seguido el estilo disciplinario del abuelo y no aguantaba “puterías”, así que los permisos para salir con amigos o enamorados
eran nulos.
Fue en las aulas de la universidad que conoció a su mejor
amigo y actual compadre, el guapo Ricardo. Un joven evidentemente privilegiado
a quien mi mamá le cayó en gracia y que se convirtió en su compañero de
estudios más aplicado.
También, a pesar de todo, se agenció un par de enamoraditos,
que al son del Vals “Olguita” le prometían amor eterno y le regalaban lindas
joyitas, que luego sirvieron para salvarnos en las épocas más ajustadas de mi
educación (gracias a todos ellos!).
Ya ad portas de acabar la carrera, en sus 25 eneros, caminaba ella moviendo la
minifalda por una tranquila calle de Lince, donde un gallardo caballero le
lanzó el mejor piropo de su historia “¿Qué ha pasado en el cielo que se han
escapado los angelitos?”
“Ushhh, viejo verde…”
le lanzó la atrevida Juanita a Don Luis Mejía Monteverde, quien efectivamente
casi le doblaba la edad y que venía con un currículum de matrimonio previo, con
dos hijas en su haber.
Y siguió caminando moviendo aún más las caderas hasta llegar
a su casa. Desde allí se puso a agüeitar al inesperado festejante, y vio que
seguía en sus trece saludándola desde la esquina pañuelo en mano y la sonrisa
más galante que ella hubiera visto…Juanita no tuvo mejor idea que aplicar la
táctica de la gata. Le metió tal pisotón en la cola, que la gata salió
disparada en la dirección correcta, y ella – heroína- fue en su rescate rumbo a
quien sería el compañero de toda su vida. Y llegó el amor, y la tristeza se fue...
Yo calculo que la relación de Juanita y Lucho fue de esas
intensas y fulminantes, que te hacen tener la valentía de enfrentarte a todo el
mundo. Las diferencias de “cuna” eran evidentes para cualquiera en la Lima
discriminadora de los setentas. Mi papá venía de una familia limeña “blancona”
de clase media alta, con muy “decentes” amistades y con dos hermanas que habían
logrado una posición bastante buena gracias a matrimonios ventajosos. Y pues mi
mamá a ojos de ellos, no era más que otra chica provinciana, mestiza y cero
refinamiento. Que distantes estaban de
reconocer a la increíble mujer que tenían al frente.
Hay varias anécdotas sobre este tema, que incluyen una pelea
con su puñete más, cuando salieron con los amigos de mi papá que tuvieron el
infortunio de burlarse de mi progenitora. Viejas amistades se
rompieron ese día.
Y la reacción de la familia Mejía Monteverde, personificada
en las Titis Concho y Cheli, debió ser treinta veces peor. Se opusieron a todo:
a la relación, a que se muden juntos, al negocio de pensión que iniciaron. Y
cuando se dieron cuenta que nada surtía efecto, decidieron retirarle el habla a
su hermano hasta que pudiera entrar en razón. Y así pasaron meses.
Y lo que entró no fue la razón, sino una pequeñaja nombrada
muy creativamente “Juanita” (Y pa´ remate
“Doris” en honor a la tía que mi mamá adoró desde la infancia. Ambos nombres le
ganaron a “Consuelo” que era la propuesta de mi papá. Digo, ¿nunca se enteraron
que los nombres de moda para la época eran Paola, Erika, Patricia…? come on!!!)
que vio la luz del mundo un 26 de
mayo de 1976.
Ese día cambiaron muchas cosas en la vida de Juanita
Vásquez, no sólo se volvió mamá, sino que tuvo por primera vez la visita y
resignada aceptación de toda la familia Mejía, que se apersonó en pleno a la
Clínica AngloAmericana - regalos bajo el brazo - para conocer a la tercera y última
hija de Don Lucho Mejía. Yo había logrado lo imposible, unir a la
familia finalmente. Ese día gané dos tías abnegadas y amorosas y una prima que
llegaría a ser mi modelo y adoración para el resto de la vida, mi Chelita.
Con bastante poco tacto, Juanita me ha confesado que lloró
mucho entre triste y contenta (seguro más triste que contenta) cuando vio que
su añorado nene era nena. Había tenido la ilusión de regalarle a Luchito su
primer hijo varón. Pero cuentan que él no podía estar más feliz, su pequeña
Juanita era su vivo retrato.
Silencio en la noche, ya todo está en calma. El músculo duerme, la ambición descansa.Y frente a una cuna una madre canta...un canto querido que llega hasta el alma. Porque en esa cuna, está su Juanita...
Esa era la nana que me cantaba mi mamá todas las noches. Me dice que el día que yo nací supo que viviría para darme todo lo que a ella le faltó. Y vaya que así fue.
La vida de Juanita Vásquez dio un vuelco completo: Ahora la líder de los Mejía, Doña Conchito, había asumido sus plenas facultades de tía y visitaba diariamente la casa de mis papás para bañarme, cambiarme y dar estrictas instrucciones sobre mi cuidado y alimentación. Un día, Juanita se achoró y decidió darme el primer baño sin la tía, y por supuesto se armó la de San Quintín, con gritos, llantos, resentimientos por días enteros y reconciliaciones irremediables. Gracias a Dios, mi temperamental tía Conchito sólo tuvo adoración para mi desde que me conoció, y siempre puso ese amor en primer plano, haciendo de tripas el orgullo. Gringa cómo te extraño …
De las pillerías de Juanita tratando de imponerse a la
familia hay miles de historias. Por ejemplo la vez que vio un “lindo” vestido
de blondas rosadas en un puesto del mercado y decidió que debía cambiar mi
estilo blanco inmaculado a uno más colorido y pomposo, causando el peor revuelo
en la historia familiar cuando las tías llegaron a visitarme y me encontraron cual repollito de feria envuelta en tules rosa camay. Ya me puedo imaginar los calificativos que tendría mi
madre en el colorido vocabulario de mis titis. Ella me cuenta que nunca jamás
hizo indisponer a mi papá con sus hermanas, a pesar de todo, y se jacta de
haber llegado a ser la cuñada más querida, ganándoselas a punta de puro afecto,
apoyo y “boca cerrada” en los conflictos. Puedo dar fe de eso. Y es
que, a quién no se gana Juanita Vásquez cuando pone su corazón en ello?.
Cuando era niña me preguntaba perpleja cómo mi papá se había enamorado de mi mamá, siendo tan diferentes en todo sentido. Hoy la respuesta se cae de madura: sólo un corazón privilegiado como el de mi padre podía escudriñar y rescatar otro igual de maravilloso. Eso que a mi me tomó años descifrar, él pudo verlo desde el día uno, el día que una gata le trajo al amor de su vida.
(continuará)
Cuando era niña me preguntaba perpleja cómo mi papá se había enamorado de mi mamá, siendo tan diferentes en todo sentido. Hoy la respuesta se cae de madura: sólo un corazón privilegiado como el de mi padre podía escudriñar y rescatar otro igual de maravilloso. Eso que a mi me tomó años descifrar, él pudo verlo desde el día uno, el día que una gata le trajo al amor de su vida.
(continuará)
Mi bautizo, en brazos de Titi Concho, con mi Titi Chela, Chelita y Robertito (mis primos)
Aquí con mi madrina y mi padrino, en mi bautizo
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