viernes, 5 de septiembre de 2014

Los Jazmines 314, Lince

Porque toda niña necesita un palacio para soñar...

Hace poco leía un artículo de una conocida periodista sobre los recuerdos de felicidad de la infancia…Muchos de los míos añejan en una quinta linceña de antaño, al lado del aquel entonces Cine Alhambra, con un nombre que hacía honor a su fragancia: Los Jazmines 314.

Era la casa de la otra reina de la familia Mejía: Doña Lucía Graciela Leonor Mejía de Arce, o como yo la conocía: mi Titi Chela.  La mayor de las Mejía, además de la más tranquila y dulce. Siempre me habían contado la historia de los amores locos entre mi papá Luchito y su hermana Chelita. “Yo no voy si no viene Chelita” y viceversa. Esa era la frase célebre que repetía una y otra vez la familia, aludiendo a que de chicos eran inseparables.  Y no es difícil de imaginar: Lucho y Chela habían sido bendecidos con corazones atípicamente bondadosos y probablemente se sentían espejo el uno del otro. Conchito en ese triángulo era la líder nata, un poco más práctica, mandona y maliciosa, sin dejar de ser por supuesto, maravillosa en su estilo.

Yo tengo recuerdos de la casa de los Jazmines desde mi edad cero. Quedaba a 3 cuadras de mi quinta de Las Lilas y para mis estándares estaba mucho más alto que el Palacio de Disney.
En primer lugar era una casa amplísima donde se vivía mucha tranquilidad económica. Ni bien entrabas quedabas atrapado en el tiempo al pasar de rigor a saludar a la Mamama Leonor (mamá de mi Tío Roberto) una limeña de pura cepa, guapísima, con mil arrugitas en su rostro de porcelana que en su tiempo fue bellísimo, y que conservaba el garbo y la elegancia de las mejores épocas de Lima (además del taco aguja número 12 –sin plataforma -que no se quitó ni al final de sus tiempos). La Mamama Leonor tenía todo un mini departamento en el primer piso decorado con cosas que hoy llamaríamos “vintage” finísimas (yo le tenía especial afecto a una muñequita de porcelana que me sonría siempre desde su consola) y con un extraño olor entre lavanda y naftalina que hasta hoy guardo fresquito en mis recuerdos linceños.

La casa de mis tíos empezaba propiamente en el segundo piso.  Esos eran los dominios de mi Titi Chela que siempre estaba correteando entre la cocina, la sala y el tercer piso.  Esa cocina tenía algún extraño encantamiento, porque de ella salía interminablemente comida abundante para los que visitábamos esa casa, que éramos varios.  No tengo ni un solo recuerdo de un almuerzo tranquilo y sin visitantes en la casa de mis tíos. De lo que si me acuerdo (con relamida mental) es de unos deliciosos pasteles de fideos en salsa blanca que se gratinaban al horno y que eran los favoritos de propios y ajenos.  Esa cocina me trae también los recuerdos de mi prima Chelita preparando con paciencia y exquisitez el manjar blanco para esos pequeños pedazos de cielo que llamaba alfajores. 

Era realmente el tercer piso el culmen de mis júbilos infantiles. Había que pasar primero por la misteriosa habitación de mi primo Robertito, que completamente empapelada de posters de cantantes, monos y otros divertimentos tenía como punto más álgido una inmensa cara pintada con cenizas en el techo que emulaba a algún famoso de la época (¿sería el Ché Guevara?).  Lo que más recuerdo es un poster de un mono en un wáter que, con papel higiénico en mano – literalmente – se ca..ba de risa.  

Mi mejor recuerdo de aquel recinto es del día en que mi primo me presentó a Bobby, un perrito cabezón que no sé de dónde se había agenciado y que sería el engreído por muchos años en la familia. Era un perrote chusco hasta el extremo, pero de buenísimos sentimientos y fidelidad acorde.  Con mi primo Robertito nunca hablamos mucho... Sospecho que en el matriarcado de las Mejía, él no se sentía tan a gusto. Tampoco puedo recordar ningún tipo de rechazo o travesura hacia mi persona, así que calculo que era buenísima gente y simplemente estaba en su mundo juvenil, donde no quería ser molestado por primitas impertinentes.

En el ala derecha estaba mi Kilimanjaro: el cuarto de mi prima Chelita, quien reunía en una sola Persona-Diosa, todos los atributos que yo quería en la vida: era guapísima (perdón…es!!!!),  habilísima con las manos (sus dulces hacían suspirar a toda la familia), inteligente como ella sola (no sólo dominaba el inglés, sino que parlaba Francés como la más elegante parisina), y además de todo: era bailarina de Ballet! Lo que más quería yo ser en la vida!  (Hay que reconocer que mis improvisaciones en casa bailando “ballet” delante de mis papás habían sido de lo más infructuosas, porque “hijita, ese es un deporte para gente con plata”).  Además de todo eso, tenía la colección más impresionante de stickers, papeles de carta y llaveros provenientes de los más exóticos parajes.  Para coronar el paraíso, tenía una muñeca gigante, del tamaño de una niña normal, que podía caminar si la llevabas de la mano y que alardeaba de una colección completa de ajuares, vestidos, gorros y demás artilugios con los que diariamente la ataviaban.  Yo tenía estrictamente prohibido intimar con la dichosa muñeca, pero eso no impidió que me la prestara a veces y bajo estricta supervisión para caminar de su mano y sentirme en la gloria.  Finalmente estaba el closet! Ese closet fantástico que escondía patines, disfraces, juegos y el libro gordo de petete, que en mi infancia era “el libro”. Creo que podría haber vivido en ese closet y muerto ahí mero, asfixiada pero dichosa.

He de confesar que fui beneficiaria permanente de aquel clóset y heredé mucha ropa linda de mi prima, además de juegos y cosas bacanas. Cheli fue lo más cercano a tener una hermana mayor, a quién admirar y de quien alardear en el cole.  Además fue siempre mi referente en todo: “Tienes que hacer como Chelita…” “Mira cómo se porta Chelita…”, “Acaso Chelita diría algo así?” versaban las titis… y puedo decir con sinceridad que eso nunca me molestó, al contrario…siempre quise conocerla más porque en aquél entonces, nos separaban varios años de madurez y su estilo misterioso y callado que sólo se rompía para soltar una de esas carcajadas tan propias de ella o colocarme un buen “cara de moco” o determinar ante alguna locura mía “…es que está en la edad de la cojudez”.  

Me alegra que hoy nos sintamos más cerca y que podemos contar la una con la otra, me alegra más aún que siga siendo la chica guapísima y talentosa que tiene a La Punta de rodillas con los mejores dulces criollos del mundo y verla hoy como una mujer libre, divertida y con las mismas carcajadas de siempre! Esas que nos contagian a todos. Quién imaginaría en esas épocas que sería mamá de dos muchachones que hoy nos sacan varias cabezas y que son, por encima de todos sus atributos, excelentes y preciosas personas.

Volviendo al recorrido, llegaba al último cuarto, al de mi Tío Roberto, allí lo recuerdo a él, fresquísimo, con su bivirí, su bata y sus choretes celestes, mirando su televisión como un grand pachà. Pasaba a saludarlo y me soltaba un “apúrate sobrina que estoy viendo el partido y a joder a otra parte”.  A ese cuarto pasaba religiosamente cada 28 de Julio y 24 de Diciembre ante el grito “JUANITA, SUBE!!!”,  para recibir de las generosas manos del tío un sobrecito con su billetito más, “para que te vayas a la feria del hogar y te dejes de joder un poco”  con un tono cariñoso que implicaba todo lo contrario. Lo cierto es que me alcanzaba para la feria, el circo, la renovación de vestido y calzado de charol y un cinecito con los papás (sé también de buena fuente, que mi papá era beneficiario permanente de su clóset y probablemente – no lo dudo- de los apoyos del tío para mi educación).

Y así pues, la segunda quinta que llevo en el corazón es esa, la de Los Jazmines. Donde a diario nos recibieron a mi papá y a mí como si fuéramos de la casa. Donde mi mamá, con esfuerzo, sazón y toneladas de cariño se supo también ganar la llave de la casa y el cariño de mis tíos, y donde pude soñar despierta que mi familia no era de tres, sino de muchos.

Cada vez que visito a  mi queridaTiti (que para mi vergüenza es mañana, pasado y nunca), se ríe con su risa de niña buena, acordándose de cómo se comía mi lonchera de chiquita y cómo yo la resondraba “Titi, la próxima vez que usted se coma mi lonchera la voy a acusar con mi mamá” y lo cierto es que me llevaba de la mano casi todos los días al nido, y lo cierto es también que no podría alcanzarme la vida para darle suficientes loncheras para picar y para agradecerle por haberme acogido siempre con tanto cariño en su casa. Tal vez ella piense que es la segunda favorita, luego de mi Titi Conchito, pero lo cierto es que no podría dividirlas, eran el yin y el yang, dos partes que engranan perfecto en mi corazón y en mis recuerdos de felicidad.    





sábado, 10 de mayo de 2014

Juanita, la del barrio (Parte I)

Para tí mi progenitora. Tu historia es la mía. Y en la mía eres la indiscutible protagonista.

Allá por los cincuentas en un pueblo perdido del valle de Chicama, rodeado de chacras de azúcar  y terrales, vivía Don Luzgardo Vásquez, agricultor de origen Huamachucano con aires de hacendado, jefe de una familia de 11 galifardos. Viudo prematuramente hacía gala de un sistema familiar basado en el ahorro extremo, el correazo limpio y otras técnicas “disciplinarias” que probablemente en estas épocas le ameritarían unas cuantas visitas a la comisaría.

Allí en medio de 11 hermanos, estaba la pequeña Juana Olga Vásquez Sánchez, una vivaz muchachita, prácticamente criada por sus hermanas mayores, que pasaba sus días entre el colegio fiscal, el corral, la chacra y correteando pata en el suelo. Ella casi no disfrutó de su mamá ( aunque todos le decían lo parecida que era) pero lo que sí había heredado a todas luces era su espíritu inquieto, que le ameritaba estar permanentemente castigada en las distintas modalidades del abuelo (correazo, inmersión, colgamiento, etc.).

No sé si Juanita tuvo una infancia feliz. Calculo que no tanto, porque le faltó lo más importante: el afecto de una madre (y el abuelo no era precisamente un papá amoroso).  En su casa se vivió mucha violencia y el miedo rondaba permanente la vida de ella y sus hermanos. Sin embargo, había algo que ella disfrutaba en extremo y que fue finalmente su línea de escape a una vida diferente: los estudios. A pesar de las limitaciones se las ingeniaba para “a la luz de las velas” estudiar, hacer sus tareas y obtener las mejores notas que habían pasado por la casa de los Vásquez Sánchez. A punta de llantos y ruegos logró que el duro corazón de Don Luzgardo apostara por su educación y la enviara a una secundaria particular en Trujillo, donde iba de interna. Calculo que el abuelo vio en su menor hija, cualidades especiales que lo motivaron a desenterrar los ahorros y romper la tradición familiar. Cuentan las historias que las profesoras le aguantaban sus palomilladas sólo por las excelentes notas que profesaba.

Una vez graduada convenció nuevamente al abuelo de enviarla a Lima para estudiar Economía en una universidad sencilla pero privada. Para tal magno fin, fue acogida en la casa de uno de sus hermanos mayores, donde se ganaba el sustento cuidando a sus sobrinos, cocinando, entre otras faenas.  Su cama estaba en una buhardilla en el piso superior y su vida transcurría entre los estudios y la casa porque su hermano había seguido el estilo disciplinario del abuelo y no aguantaba “puterías”, así que los permisos para salir con amigos o enamorados eran nulos.

Fue en las aulas de la universidad que conoció a su mejor amigo y actual compadre, el guapo Ricardo. Un joven evidentemente privilegiado a quien mi mamá le cayó en gracia y que se convirtió en su compañero de estudios más aplicado.
También, a pesar de todo, se agenció un par de enamoraditos, que al son del Vals “Olguita” le prometían amor eterno y le regalaban lindas joyitas, que luego sirvieron para salvarnos en las épocas más ajustadas de mi educación (gracias a todos ellos!).

Ya ad portas de acabar la carrera,  en sus 25 eneros, caminaba ella moviendo la minifalda por una tranquila calle de Lince, donde un gallardo caballero le lanzó el mejor piropo de su historia “¿Qué ha pasado en el cielo que se han escapado los angelitos?”
“Ushhh, viejo verde…” le lanzó la atrevida Juanita a Don Luis Mejía Monteverde, quien efectivamente casi le doblaba la edad y que venía con un currículum de matrimonio previo, con dos hijas en su haber.
Y siguió caminando moviendo aún más las caderas hasta llegar a su casa. Desde allí se puso a agüeitar al inesperado festejante, y vio que seguía en sus trece saludándola desde la esquina pañuelo en mano y la sonrisa más galante que ella hubiera visto…Juanita no tuvo mejor idea que aplicar la táctica de la gata. Le metió tal pisotón en la cola, que la gata salió disparada en la dirección correcta, y ella – heroína- fue en su rescate rumbo a quien sería el compañero de toda su vida. Y llegó el amor, y la tristeza se fue...

Yo calculo que la relación de Juanita y Lucho fue de esas intensas y fulminantes, que te hacen tener la valentía de enfrentarte a todo el mundo. Las diferencias de “cuna” eran evidentes para cualquiera en la Lima discriminadora de los setentas. Mi papá venía de una familia limeña “blancona” de clase media alta, con muy “decentes” amistades y con dos hermanas que habían logrado una posición bastante buena gracias a matrimonios ventajosos. Y pues mi mamá a ojos de ellos, no era más que otra chica provinciana, mestiza y cero refinamiento. Que distantes estaban de reconocer a la increíble mujer que tenían al frente.
Hay varias anécdotas sobre este tema, que incluyen una pelea con su puñete más, cuando salieron con los amigos de mi papá que tuvieron el infortunio de burlarse de mi progenitora. Viejas amistades se rompieron ese día.

Y la reacción de la familia Mejía Monteverde, personificada en las Titis Concho y Cheli, debió ser treinta veces peor. Se opusieron a todo: a la relación, a que se muden juntos, al negocio de pensión que iniciaron. Y cuando se dieron cuenta que nada surtía efecto, decidieron retirarle el habla a su hermano hasta que pudiera entrar en razón. Y así pasaron meses.

Y lo que entró no fue la razón, sino una pequeñaja nombrada muy creativamente “Juanita” (Y pa´ remate “Doris” en honor a la tía que mi mamá adoró desde la infancia. Ambos nombres le ganaron a “Consuelo” que era la propuesta de mi papá. Digo, ¿nunca se enteraron que los nombres de moda para la época eran Paola, Erika, Patricia…? come on!!!)  que vio la luz del mundo un 26 de mayo de 1976.

Ese día cambiaron muchas cosas en la vida de Juanita Vásquez, no sólo se volvió mamá, sino que tuvo por primera vez la visita y resignada aceptación de toda la familia Mejía, que se apersonó en pleno a la Clínica AngloAmericana - regalos bajo el brazo - para conocer a la tercera y última hija de Don Lucho Mejía.  Yo había logrado lo imposible, unir a la familia finalmente. Ese día gané dos tías abnegadas y amorosas y una prima que llegaría a ser mi modelo y adoración para el resto de la vida, mi Chelita.
Con bastante poco tacto, Juanita me ha confesado que lloró mucho entre triste y contenta (seguro más triste que contenta) cuando vio que su añorado nene era nena. Había tenido la ilusión de regalarle a Luchito su primer hijo varón. Pero cuentan que él no podía estar más feliz, su pequeña Juanita era su vivo retrato.
Silencio en la noche, ya todo está en calma. El músculo duerme, la ambición descansa.Y frente a una cuna una madre canta...un canto querido que llega hasta el alma. Porque en esa cuna, está su Juanita...
Esa era la nana que me cantaba mi mamá todas las noches. Me dice que el día que yo nací supo que viviría para darme todo lo que a ella le faltó. Y vaya que así fue. 

La vida de Juanita Vásquez dio un vuelco completo: Ahora la líder de los Mejía,  Doña Conchito, había asumido sus plenas facultades de tía y visitaba diariamente la casa de mis papás para bañarme, cambiarme y dar estrictas instrucciones sobre mi cuidado y alimentación.  Un día, Juanita se achoró y decidió darme el primer baño sin la tía,  y por supuesto se armó la de San Quintín, con gritos, llantos, resentimientos por días enteros y reconciliaciones irremediables. Gracias a Dios, mi temperamental tía Conchito sólo tuvo adoración para mi desde que me conoció, y siempre puso ese amor en primer plano, haciendo de tripas el orgullo. Gringa cómo te extraño …

De las pillerías de Juanita tratando de imponerse a la familia hay miles de historias. Por ejemplo la vez que vio un “lindo” vestido de blondas rosadas en un puesto del mercado y decidió que debía cambiar mi estilo blanco inmaculado a uno más colorido y pomposo, causando el peor revuelo en la historia familiar cuando las tías llegaron a visitarme y me encontraron cual repollito de feria envuelta en tules rosa camay. Ya me puedo imaginar los calificativos que tendría mi madre en el colorido vocabulario de mis titis. Ella me cuenta que nunca jamás hizo indisponer a mi papá con sus hermanas, a pesar de todo, y se jacta de haber llegado a ser la cuñada más querida, ganándoselas a punta de puro afecto, apoyo  y “boca cerrada” en los conflictos. Puedo dar fe de eso. Y es que, a quién no se gana Juanita Vásquez cuando pone su corazón en ello?.

Cuando era niña me preguntaba perpleja cómo mi papá se había enamorado de mi mamá, siendo tan diferentes en todo sentido. Hoy la respuesta se cae de madura: sólo un corazón privilegiado como el de mi padre podía escudriñar y rescatar otro igual de maravilloso. Eso que a mi me tomó años descifrar, él pudo verlo desde el día uno, el día que una gata le trajo al amor de su vida.

(continuará)

Mi bautizo, en brazos de Titi Concho, con mi Titi Chela, Chelita y Robertito (mis primos)

Aquí con mi madrina y mi padrino, en mi bautizo



domingo, 23 de marzo de 2014

930510: Scientia et Praxis

I

Año 1992, quinto de media. Con la inesperada partida de mi papá todo parecía estar de cabeza y mi futuro se había vuelto bastante nebuloso. El plan original siempre había sido que siguiera los pasos de mi Titi Concho: ella había estudiado en la Academia British y había sido secretaria de alto nivel toda su vida. Fue justamente trabajando en General Motors donde conoció al amor de su vida y compañero hasta el fin de sus días, mi tío René, que además ostentaba el puesto de gerente general y que había facilitado su ingreso por la puerta grande a una vida privilegiada. En preparación para estos fines, durante el colegio yo ya había estudiado “Charm” en Saga Falabella (ay que lejos quedaron los consejos…), Mecanografía en alguna academia de la avenida Arequipa e Inglés toda la secundaria en el Británico.

Recuerdo que un día mi mamá me preguntó previo a la entrevista en la British: ¿hija, realmente, qué te gustaría ser en la vida?, y yo pues no la tenía clarísima, pero había añorado siempre dedicarme a la publicidad, motivada – con vergüenza lo confieso- por el programa “Hechizada”, donde el corazón me estallaba en júbilo cada vez que Darril (ayudado por Samantha, la bruja) ideaba una maravillosa estrategia publicitaria para el beneplácito de Larry, su jefe.

Mi mamá se entusiasmó con la posibilidad y empezó a ver opciones, resultaba que en Toulusse Lautrec me aceptaban con alfombra roja, por mi record de notas. Pero claro… Juanita Vásquez no se conformaba con la opción más sencilla, y así fue averiguando y descubrió que la Universidad de Lima tenía la mejor facultad de Comunicaciones en aquellas épocas.

No me quiero ni imaginar cómo fue la entrevista cuando pisó por primera vez mi alma mater. Lágrimas hubo de todas maneras. Recuerdo muy bien dos cosas que me dijo cuando regresó a casa, abatida: “Me dijeron que lamentaban lo de tu papá y comprendían lo valiosa e inteligente que seguramente eras, pero que debía pensar en el futuro y que esta universidad no es para gente sin recursos, que seguramente cualquier academia estaría feliz de tenerte”
Le habían roto el corazón a mi madre

Pero no se imaginaban los buenos cristianos de la Universidad de Lima que habían conseguido el efecto perfectamente contrario, despertaron a la fiera interna, a la chola terca, a la súper mujer que siempre ha sido (y sigue siendo). En su corazón, la determinación de que su hija iría a esa distinguida universidad, había arraigado como cemento. Y justamente esa es la segunda cosa que me dijo aquel día con algo más de entusiasmo en la voz “hija, pasé por una cafetería (la famosa cafetería de generales) y me sentí en un sueño, que chicas tan hermosas, que ropa tan preciosa, unos chicos gringos que parecen modelos, me dije nuevamente: que osada eres Juana!”. Y lo era (además de un poco racista, por lo visto ja ja).

Y luego no sé cómo, estaba yo dando el examen de ingreso,  y horas más tarde, celebrando humildemente con inka cola y mis amigos parroquiales mi ingreso a “la primera”, y enfrentando el hecho de que al menos durante todo el primer ciclo la vida iba a ser muy difícil para la economía familiar  pues recién en el segundo ciclo podían “recategorizarme”. Y resultaba que mi pelangocho “San Jorge de Miraflores” estaba catalogado como colegio clase “B” (¿are you freaking kidding me!!!!???). Ciertamente no le vi mucho la cara a mi señora madre durante el ciclo, salía a trabajar a las 8 am y regresaba a las 10 u 11 pm de recorrer sabe Dios cuantas casas y micros para llegar a su meta diaria de ingresos en Unique. Bendita sea mi progenitora.

No fue necesario hacer perder el tiempo del consejero vocacional: miró mis resultados (Cerito redondito en mate, 99% en razonamiento verbal y por ahí bien en conocimiento de historia, lenguaje y demás hierbas). “Bueno, me imagino que no vas a ingeniería”. Pues no señor, YO VOY A COMUNICACIONES! amo la publicidad! Perfect match.

II

Inventario para empezar las clases: dos o tres polos “decentes”, cero jeans guess en mi haber y un pelo estilo salvaje de para que les cuento.
Así  me presenté el primer día de clases, con unas separatas de 500 hojas y con el corazón hinchado al ver lo maravillosa que era la universidad y la gente tan interesante con quien compartiríamos clase y probablemente destino…

Y…cha cha chánnnn… el primer ciclo fue una gran decepción.

No en la vida académica porque - salvo mate 1 que pasé con un nada honorable y previsible 11 para definitivamente olvidarme de los números durante toda mi vida universitaria- mi boleta mostraba unos saludables 16 y hasta 18s! Pero yo acostumbrada a ser amiguera y a andar acollerada comprendí que las diferencias si importaban en mi universidad. Mi colegio y sus “pitucas” eran chancay de quina comparado con el elitismo que se vivía en aquellas épocas en la universidad de Lima…

Para mi maldita mala suerte me tocó un salón especialmente VIP (a diferencia de otros amigos que me contaban que en sus salones la cosa era mucho más matizada). Tenía desde una futura Miss Perú (la hermosa Ljuvica), hasta un grupo de 5 gringas más sus inseparables churros, del “San Silvestre high school” que parecía andar en pasarela y literalmente no se hablaban más que entre ellos (sin contar la cara de peste si les dirigías la palabra), pasando por un grupo de gente visiblemente acaudalada y feliz que se conocía ya desde la Pre Lima.

Nos había tocado el honor de tener a una chica becada de Ayacucho que era una lumbrera y amabilísima: Dolores. Ni que contarles del bulling que le hacían en el salón, la llamaban “Hurt” y era el flanco favorito de bromas pesadas y aullidos inoportunos. No puedo ni imaginarme la impresión que se habrá llevado de los limeños, vergüenza me da de sólo pensarlo. He de rescatar que escondida en el baño, me gané con una conversación entre Ljuvica y su grupo, donde ella les dijo claramente “por favor no se burlen de ella por ser humilde”, me imagino que había que tener pelotas y un gran corazón para ser anti cool, poner en juego su manifiesta popularidad y enfrentarse a semejante grupo para defender a una desconocida. Se ganó mi voto eterno como Miss Simpatía y la adoré en secreto.

Por supuesto que habían excepciones (bien contaditas), ya en aquella época tuve la dicha de coincidir en el salón con mi futura patísima del alma Silvyta Takano, quien muy sabiamente se limitaba a estudiar y a parar con sus dos amigos de la Pre.  Era imposible que fuéramos amigas en aquel entonces. El entorno hostil era muy fuerte…recién en facultad pudimos tejer los lazos que hasta hoy nos unen. En realidad, luego en facultad me encontré nuevamente con varios compañeros de primer ciclo y su actitud era totalmente distinta. Tal vez simplemente, fue una muy mala coincidencia y la fuerza del grupo los arrastró a todos…

Silvy no me dejará mentir ni exagerar. La única vez que intenté “integrarme” haciendo conversación con alguna chica del grupo cool (cuyo nombre mejor me reservo) el resultado no pudo ser más desastroso. Resulta que me di cuenta que ambas veníamos en el bus de la Universidad y simplemente le comenté con una sonrisa “¿tu vives por el cole Pestalozzi, no?” y no tuvo mejor respuesta que “Si, por qué???!!! Me has estado siguiendo?!!!!” ya se imaginan su cara de terror (¿parecería yo terruca en aquél entonces?).

En fin…Dios siempre deja una ventana abierta, así que hicimos un grupito 4 chicas algo relegadas y afines en muy poco, pero había que sobrevivir.
Incluso ese mini grupo se partió en dos, cuando empezamos a notar que una de nuestras amigas se caracterizaba por la exuberancia y que los jeans “Furia” con cadenitas no eran bien recibidos por nuestros compañeros, que ya empezaban a soltar silbidos burlones cuando entrábamos al salón. Recuerdo que mi amiga Carla me llevó al baño y me dijo “Chani, si seguimos siendo sus amigas, nos van a empezar a torturar a nosotras también, te lo ruegoooo, no puedo soportar lidear con esto empezando la universidad”. Me apena hasta hoy que mi respuesta no haya sido muy diferente, cedí a sus ruegos y opté por la desaparecida de a dos, pasando al anonimato social, pero alejando también al blanco de las burlas. Pena por mi, pero a los 16 años se puede perder la perspectiva y la sensatez con suma facilidad.

Y así fue que terminé el primer ciclo con una sola amiga, amiga que además no coincidió en ninguna de mis clases de segundo ciclo…estaba perdida!!!

Pero el mundo pintó muy distinto en segundo ciclo: los salones estaban chocolateados, la gente parecía más amigable y relajada y las perspectivas parecían bastante buenas.

III

Y ahí nomás la conocí. Una chica de sonrisa feliz y pelo alborotado, que parecía tener poco respeto por los códigos de vestir de la universidad y que al parecer había sido de las más populares en su salón de primer ciclo. Nos presentaron, me sonrió feliz y al parecer decidió que seríamos íntimas así de rápido.

No quiero sonar exagerada, pero “Al César lo que es del César”, Nadine me introdujo a un mundo de gente amable y simpática, que al parecer también estaban dispuestos a aceptarme a pesar de la evidente diferencia de…bueno: de todo (ropas, propinas, almuerzos, casas, etc.). Además, su vida estaba rodeada de música, era amiguísima de todos los tunos y cantaba como los ángeles en el grupo vocal. Me enseño a estrenar mi voz por primera vez al ritmo de Mecano y Silvio Rodríguez (“Quise cortar la flor más tierna del rosal…”), y con ella encontré mi lugar en la Universidad. Yo no podía entender en aquel entonces, como podía ella ser tan irreverente, estudiosa y artista al mismo tiempo. Ciertamente su amistad me hizo cuestionar muchas cosas. Se ponía- literal- lo primero que encontraba (podía ser una blusa de su mamá o un polo del colegio), los jeans los llevaba pintados o rotos y no parecía importarle un bledo que la miraran raro las chicas bien vestidas de la de Lima. Ya le había contestado a una gringacha de nariz fruncida que había cuestionado su forma de vestir: “¿por qué usas los jeans pintados ah?” “Porque me da la gana ah”. Ciertamente la "sutileza” nunca fue uno de sus atributos distintivos ;)

Su personalidad fuerte como una roca, hacía que se desenvolviera igual así estuviera delante de la más pituca “Berckemayer”, de los profes o nosotras. Y creo que por eso todos la respetaban y apreciaban. Especialmente los profesores, que al parecer recibían con apertura sus agudas preguntas y cuestionamientos en clase. Ciertamente ella se movía entre todos los “estratos” con gracia musical y sin modificar ni un pelo, y eso, en esas épocas de mi vida, era para admirarse. Mi segundo ciclo cerraba con buenos vientos, incluidos campamento en la playa y un grupo grande de amigos y amigas que lamentablemente partían rumbo a sus respectivas facultades para no volver (Ricki, Pepito, Marilú, Martín, Mate…).

La entrada a Comunicaciones pintaba bien con Nadine al lado.  Pronto se sumarían a nuestro grupo Lissette (la ratona), Sylvia, Magie (mi hoy adorada comadre), Rafaél, Mila, y muchos otros amigos que tengo el gusto de poder llamar amigos hasta el día de hoy.

III

Nuestra vida en la facultad consolidó intensamente nuestra amistad, prácticamente vivíamos en casa de la ratona o de Nadi, donde siempre había puertas y ollas abiertas para nuestras largas horas de estudio. Porque a eso principalmente nos dedicamos en la facultad: a estudiar! Lissete, Sylvia, Nadine y yo éramos un grupo dedicado a sacar buenas notas, a leer leer y seguir leyendo y a hacer trabajos, espero, modestamente buenos, como nuestras notas, hecho que nos había permitido acceder a becas parciales de estudios a las 3. (¿quién pensaría hoy que Nadine se juntaba con un grupo de chanconcitas?). Lo cierto es que de todas, ella era la más popular, buscada siempre por la gente del coro, los tunos u otros grupos a los que pertenecía (jugaba en el equipo de voley y ping pong de la universidad, trabajaba primero con el profe Abugattas y luego con Protzel). Pero por alguna extraña razón, parecía a todas luces preferir estar con nosotras que francamente no teníamos mucho con que competir en una universidad como la de Lima. 

Mi depa no lo visitábamos tanto, pues estaba en franca desventaja para hacer los trabajos (no había compu, ni mucha comida o espacio!), pero la casa de Nadi si estaba bien equipada, era grande, luminosa y su mamá era tan cálida y buena con nosotras, que podíamos pasarnos horas de zamponas. Ese fue un segundo aspecto de nuestra amistad que me cuestionaba en demasía. Yo nunca había visto una relación madre-hija tan armónica, tan amical y cómplice. Yo ni en mis mejores sueños podía imaginar una situación parecida de intimidad con mi mami. Era evidente para ella y todas mis amigas que ese era un aspecto “por resolver” en mi vida. En aquel entonces no podía ver con claridad y venía de años de resentimiento con mi madre, por sus exigencias y estilo salvajuno de crianza (“letra con sangre, entra”). Por supuesto todas mis amigas, como buenas cómplices, hacían el ojo gordo.

Todas menos ella.

Además de mi vida universitaria, era yo por aquel entonces una catequista dedicada. Tenía un gran grupo de amigos en la parroquia y pasaba mis escasas horas libres del fin de semana preparando chicos para el sacramento de confirmación y en retiros y similares.

Recuerdo que un año les pedí a mis amigas de la U. que me enviaran una cartita a un retiro. Por supuesto estas cartitas iban en el tenor de “lo maravillosa que eres” y “cuánto te quiero” y “sigue así”.  Pues la carta de Nadine fue muy diferente.

La recuerdo como si la estuviera viendo, porque empezaba directo al grano. “Yo se que todas las cartas que vas a recibir te van a decir lo linda, buena amiga y excelente persona que eres. Y yo también lo pienso, pero carajo Chani, TIENES que hacer algo con la relación entre tú y tu madre. Ella es la única familia que tienes, te adora y  se  rompe el alma para darte la vida que tienes. No se cómo, ni qué tienes que hacer, probablemente un poco de “perdón” no vendría mal y que dejes de una  vez el resentimiento que no te permite ser con ella lo buena, linda y cariñosa que eres con nosotras”. Yo estaba en shock. La carta continuaba en ese matiz: “…A veces veo en ti una persona con la que puedo identificarme tanto,  pero muchas otras veo la vanalidad, la apariencia, y no te soporto…”

Carajo, me tenía completamente descifrada.

Hay dos cartas que marcaron mi vida para siempre, la que me escribió mi papá para mi retiro en la confirmación, un mes previo a su partida y  esa que me escribió Nadine a los 18 años, con una sabiduría propia de una mujer a carta cabal y una capacidad de leerme absolutamente certera.

Y esa misiva fue el preludio de años de amistad. Puedo evocar miles de momentos en la universidad con ella y mis amigas, sentadas cantando “era en abril el ritmo tibio…” en el precioso y mágico jardín que hoy ostenta algún perfecto edificio de puro cemento; gritando en el cuarto piso para pasar el rato (“tú! El de jean”) a los desubicados cachimbos que con paso inseguro se cruzaban por nuestro camino.

Acompañándome en mi pequeña “operación” en el consultorio de la universidad, a la que fui prácticamente arrastrada por ella y que pude sobrellevar gracias a su fuerte apretón de mano durante toda la intervención; consolándome ante mi primer “break” con el primer enamorado y amor eterno de turno ( yo llorando desconsolada en la cama de la ratona, ellas mirándome con espanto sin saber que decirme y Nadine pasándome un carrito masajero por la espalda y diciéndole a las chicas “¿qué hacemos ahora?” con cara de congoja).  Viajando a Las lomas de Lachay para uno de nuestros primeros reportajes y a Ica para visitar la tumba de Sara Helen y así escribir una de nuestras primeras crónicas grupales.
No olvidaremos Lissete, Nadine, Rafaél, Sylvia y yo la mini aventura que representó ese viaje, donde ya nos sentíamos comunicadores a carta cabal, entrevistando a los aledaños y despidiendo a gritos a Magie, quien se alejaba sola y triste en un bus, luego que su mamá le hubiera dicho la vela verde ante su intención de pernoctar con nosotros en Pisco.

Y de estas historias hay miles. Todas plagadas de sonrisas.

IV

Mis recuerdos de la universidad están cariñosamente envueltos en ellas, mis amigas queridas. Mi ratona siempre tan noble, tan buena amiga y reilona. Calladita como su apodo lo indica pero tenaz para los estudios y digna compañera de mis amanecidas con chocolate y coca cola. Su casa (que quedaba a 5 cuadras de la mía) en “Loma Alegre”, hacía honor a su nombre: allí encontré siempre carcajadas, mucha familia,  comida sabrosa, música y un cuarto digno de mis mejores sueños. Sus adorables progenitores ya me habían adoptado y nunca cocinaban justo (aunque hemos de reconocer que Pepito, el menor y único hijo varón, se llevaba siempre los mejores bistecks).

En aquellas épocas yo no tenía propiamente un cuarto y dormía en un sofá cama en un espacio muy estrecho, así que el amplio cuarto de la ratona, donde estudiábamos era el paraíso. Recuerdo que se nos había dado por Gilberto Santa Rosa y ese cuarto fue testigo de alocados bailes a ritmo de salsa, género para el que la ratona ostentaba una habilidad envidiable “Perdóname, perdóname…” y “La conciencia me dice…que no te debo querer…”.

También en ese cuarto compartimos las confidencias de nuestros primeros amores, las sonrisas más enamoradas de  nuestras vidas, contándonos con felicidad y complicidad indescriptible nuestras primeras salidas, los primeros besos y las primeras desilusiones también…Hasta en eso habíamos coincidido!

La vecindad entre Lissie, Nadine y yo, no dejó de lado extensas visitas a la casa preciosa de Sylvia (o Siluyita como la llamábamos con cariño). Sin lugar a dudas la casa mejor parada de todas, que hacía despliegue de delicados adornos orientales e incluso una mampara japonesa hecha a mano maravillosa. El mundo mágico de Sylvia incluía un cuarto lleno de preciosidades, muñecos sin igual (como el famoso puppet Ikito), flores y sobretodo: la cocina. Su casa era sin duda nuestro palacio gourmet, porque cuando nos quedábamos a almorzar, no sabemos cómo, siempre teníamos a disposición una mesa estilo buffet, donde puedo recordar con claridad los bistecks apanados, las lassagnas maravillosas, los enrrollados. Y ella, tan señorita, tan sencilla, dulce y graciosa. Con un corazón digno de otro mundo, y una inocencia que hacía juego, nos inspiraba a no ser tan bandidas y comportarnos decentemente de vez en cuando.

Recuerdo que cuando estábamos empezando a ser realmente un grupo, se nos dio a Lissie, Nadine y a mi, la terrible forajidez de salir corriendo apenas acababa la clase, para instalarnos en el cuarto piso con los amigos musicales. Y algunas veces nos olvidamos de avisarle a Sylvita.  Y ella tuvo el coraje de cuadrarnos un día, con ojitos húmedos.
Lissete y yo no sabíamos que hacer para consolarla, luego de reconocer que habíamos sido unas zamarras, pero Nadine estallaba de gozo: chicas, no estemos tristes, más bien esto significa que ya somos un grupo y nos queremos, que felicidad! En ese momento quise estamparla, pero ahora entiendo su punto de vista. Y esas lágrimas de amistad que botamos todas haciendo eco del cariño dañado, terminaron por sellar en silencio nuestro pacto de amistad eterna.

V

Mi vida por la universidad de Lima no fue todo lo sociable que me hubiera gustado, me la pasé principalmente en clases (llevando entre 7 u 8 asignaturas), en la biblioteca y en mis tiempos libres trabajando de practicante en la Facultad de Administración.

Despotricar contra mi madre que me hacía pasar las vacaciones escolares en  clases de mecanografía e inglés, había sido muy injusto, pues estas habilidades me diferenciaban de otros candidatos y me permitieron obtener rápidamente un trabajo en la universidad, con un sueldo decente para la época (400 soles!), que me permitía de vez en cuando comprarme un jeancito o darme un gusto.

La vida trabajando en la facultad merece otro post, pero los personajes que allí me acogieron: la hermosa, pulcrísima y divertida Maritere, mi primera jefa; el brillante y excéntrico Martín, el segundo; los profesores y amigos entrañables, permitieron que mi paso por la universidad fuera mucho más sencillo y con un apoyo increíble. Allí ponían a mi disposición la computadora, la impresora o cualquier otra necesidad urgente que se presentara.  Sin contar con que mi jefe Martín estaba empeñado en que aprendiera lo más posible y me hacía leer sus lecturas de maestría, asistir a sus cursos de Procesos, Sistemas de Información, etc. que finalmente me fueron de suma utilidad y me convencieron que no me habría ido tan mal en Administración como hubiera pensando.

VI

Mis cinco años por la universidad pasaron volando, era ya 1997 y el escenario político estaba bastante movido. La Universidad no participaba oficialmente en las protestas contra Fujimori, pero se formó un grupo que modesta pero enfáticamente representó a nuestra Alma Mater en las lavadas de bandera y manifestaciones juveniles. Nadine por supuesto nos abandonó un poco por esas épocas, liderando muchas de las marchas que partían de la universidad (y según recuerdo hasta la habían citado donde la rectora para regañarla!).

Finalmente, el último año, mi vocación por la Publicidad se esfumó del todo cuando descubrí que podía aplicar todos sus principios a temas de desarrollo humano. “Comunicación para el desarrollo” era una especialidad algo relegada y nada popular en la de Lima, pero me fascinó desde el día uno, cuando por casualidad me apunté para el curso de “Marketing Social” dictado en aquel entonces por la temible y a la vez fascinante Marilú Wiegold (que se había hecho  fama de hacer llorar a los alumnos que no respondieran a sus expectativas) y terminé sumándome a los 8 galifardos que habían optado en aquel entonces por esta rama algo bizarra.

Ahí coincidí con un joven y entusiasta Iván Amézquita, que además de su vena social, compartía la pasión por la música de Nadine y cantaba con ella como los ángeles en el grupo vocal de la universidad (“You and I must make a pact, we must bring salvation back”); también con mi entrañable Rodolfo Alejandro y muchos otros amigos con quienes formamos el CICODES (Círculo de Comunicación y Desarrollo), liderado en esas épocas por el Profesor Máx Tello, quien luego sería mi jefe en Johns Hopkins.

Y así sin darme cuenta llegó el día de la graduación, donde la presidenta (de la promoción y del corazón también) Mila Tuccio agradeció a todos los que habían hecho posible nuestra formación y se mandó el discurso más divertido y emotivo de la historia de la universidad (con video incluido!).
Ese día no podía sentirme más contenta (felicidad ligeramente ensombrecida por el hecho que a Nadine no le dio la gana de ponerse la toga y participar en la ceremonia!) porque veía a mi lado a la ratona feliz, y frente a nosotras a toda nuestra familia, amigos, enamorados, tomándonos fotos y compartiendo el cierre de uno de los capítulos más importantes de nuestras cortas vidas.

Yo sabía que ese sencillo diplomita estaba hecho de mucho sacrificio. Principalmente de mi madre, pero también mío y de otros ángeles como mi tía Conchito, que en algunos momentos de angustia, dejó de lado cualquier tipo de vergüenza y salió a vender sus maravillosos vestidos y zapatos para ayudar a pagar las cuentas. Jamás voy a olvidar su expresión y el brillo en sus ojos en mi cena de graduación. Esa alegría que estoy segura le regalé aquel día es lo único que me compensa cuando me pongo a pensar lo deficiente que fui como sobrina.

La universidad de Lima fue testigo silencioso de muchas “primeras veces”: mi primer amor, mi primer trabajo, mi primer cero, mis primeros logros académicos. Allí terminé de forjar mi personalidad y la seguridad en mi misma. Allí también tuve las primeras amistades “maduras” en mi vida. Fueron pocas, pero me marcaron en lo más profundo.

930510  será siempre el número que me identifique en mi alma mater. Para mí, mucho más que un código académico, es un código de amistad, lealtad y crecimiento. Un código de honor, a pesar de cualquier tempestad. Y a ustedes, mis amigas preciosas, compañeras en el viaje de la vida, las veré siempre como son: cada una tan diferente y a la vez tan parecida en lo más importante, la espledidez de sus corazones y el alma de niñas, que a pesar de todas las vicisitudes, sigo viendo con claridad las contadas pero felices veces que logramos reunirnos. No hay ciencia ni praxis que pueda competir con eso.


(aquí haciendo la "Salamandra", bichito acuático que nos tenía fascinadas)


Mis 4 nenas


Con nuestro querido Mr. In

Mis 18


Recién graduada...Juanita Vásquez no podía más!

Con amigas de la promo!


Nuestra última reunión, para recibir a Sylvita desde Japón!

domingo, 9 de febrero de 2014

Del San Jorge el escudo glorioso

Aliaga, Arciniega, Ayllón, Barúa, Caballero, Callirgos, Castro, Cortéz, Cuba, Chiong, Dani, Deoyague, Fernández, Fuenzalida, Giraldez, Huayanca, Ibarra, Kosaka, Leo, Loayza, Loayza, Llosa, Mejía, Ñaupari, Otiniano, Perez, Porturas, Puertas, Quiñones, Reinoso, Robles, Rodríguez, Rosillo, Shimabukuro, Soto, Tapia, Tello, Toso, Valdivieso, Velásquez, Vidal, Vigil y Zorrilla.
(Lista de algún año en el Colegio que se tatuó en mi memoria y en mi corazón hasta el fin de los tiempos)

Mi suerte estaba decidida: Iría a un colegio “sencillo” donde ya tenía mi ingreso asegurado.
Pero Doña Juanita Vásquez no estaba tan contenta con la decisión que ya había tomado la otra jefa de la familia, mi titi Concho, hermana querida de mi papá y Diosa de mi infancia y juventud.

Ella soñaba en negrita y a lo grande el destino de su única hija y eso incluía por supuesto, que asistiera a un colegio totalmente ajeno a sus posibilidades, un colegio que me abriera todas las puertas en mi paso por la vida. Una amiga le había hablado del Colegio San Jorge de Miraflores, un colegio de “señoritas” en la zona más residencial de Miraflores, donde “hija, se habla el mejor inglés de Lima…”. Y desde entonces no había podido dejar de soñar con el asunto.

Para que su hija vaya a ese colegio estaba dispuesta a todo (y lo probó los últimos años donde fungió hasta de cocinera de la familia para poder apoyar a mi papá con los pagos).
A escondidas de todos me llevó a dar el examen de ingreso, ahora me cuenta que ese día se impresionó al ver un montón de gente pitucapuros gringos y chinos hijita…Yo decía para mis adentros: Qué osada eres Juana!, pretender que tu hija venga a estudiar acá”.

¿Pueden creer que hasta ahora tengo un vago recuerdo de ese día? Recuerdo claramente haber confundido el rojo con el rosado y estar preocupadísima por ese tema.
Y por supuesto que no ingresé.
El rojo que había marcado el rechazo no estaba en la paleta de colores, sino en las cuentas de mi papá, que se vislumbraban como las peores candidatas para pagos puntuales.

Juanita Vásquez estaba abatida y resignada. Días más tarde se volvió a cruzar con su amiga y le contó el triste desenlace.
“A no carajo, yo llamo al mismísimo dueño Freddy Marsuka, que es mi pata”
Y así lo hizo.
Y así fue que los primeros días de abril de 1982, me vieron ingresar bien uniformada, con mi insignia de dragón y una maleta casi más grande que yo por las gloriosas puertas San Jorginas.

No tengo muchos recuerdos del primer año en el cole, pero si recordaré siempre mi fascinación desde el día UNO, por el largo, oriental y sedoso cabello de mi compañera Catherine Chiong Meza (Daniella Romo muérete de envidia). Para mi look varonil de pelo cortísimo, ese cabello se convirtió en protagonista de miles de dibujos y fantasías. Y además resulta que la portadora acompañaba el set con un cerebro privilegiado.  A nadie le extrañaba que a fin de año Catty fuera premiada una y otra vez con los diplomas del primer puesto en todas las materias. Quién hubiera pensado en aquellas épocas que llegaría yo a ser su competencia más cercana en los estudios, generando muchas guerras alturadas entre nuestros respectivos progenitores!

Mis años por el colegio San Jorge fueron de mil sabores. Muchas profesoras cariñosas (la Miss Aidita por ejemplo), mis primeras amigas del alma (Yohana, Gigi, Aixa, Patty, Rox…). Ir a clases, almorzar, y estudiar de corrido con mi mamá al lado de 3 a 8 pm. De plano, en el salón era  la “chancona” o lo que es peor “la favorita de las profes”, lo que definitivamente no me agenciaba la mayor popularidad. Además de eso, motivada por Doña Juana (“Jamás dejes que te copien hijita!”), no era precisamente la más generosa con mis compañeras. Vamos, nunca me ha gustado enseñar, pero estoy segura que podría haber sido más colaborativa en los exámenes.

Nunca me voy a olvidar que en alguna ocasión mi querida amiga Erika D. quién había sido bendecida con una vena artística digna de Rembrandt, llevó un dibujo para la clase de arte que puso verdes de envidia a todas, y recuerdo claramente que le pusieron 16 y a mi mediocre dibujo un 18. En ese preciso instante me di cuenta por fin que las profes no eran particularmente justas a la hora de calificarnos. Sentí pena y vergüenza. Y comprendí de plano el por qué de muchas antipatías juveniles.

La plana docente del San Jorge era colorida y diversa. Durante la primaria profes mucho más “exclusivas” que en secundaria, haciendo coro a la reputación en picada del colegio.  Teníamos a la Miss Cecilia, quien dictaba clase de inglés con su hámster en el  bolsillo o en la cartera. Ella me rompió el corazón a los 7 años cuando me dijo que mis ojos no eran “black” como yo soñaba sino “brown” (cómo le puedes hacer eso a una niña que sueña tener el cabello negro como el ébano y un par de ojos que le hacen juego?). Estaba la Miss Luz, cariñosísima con todas las alumnas y que usaba nuestras chompas (con toda y nosotras dentro) para calentarse en los inviernos limeños. 

Estaba la Miss Clara, auxiliar muy recta que por varios años me hizo la movilidad, y donde tuve mi primer “crash” amical, con una preciosa chica de quinto de media. Yo tenía 6 años y era ella todo lo que quería ser cuando fuera grande (alta, esbelta, hermosa (je,je) e inteligente). Todas las niñas de la movilidad le llevábamos helados y regalos diversos a los que ella respondía con principescos gestos de cariño y simplemente viéndose más hermosa aún. Definitivamente me gané su preferencia y eterna gratitud el día en que le llevé una vaquita de porcelana original de Suiza, traída a casa por mi Titi Concho…Y la eternidad duró sólo un día hasta que mi mamá se acercó a la movilidad para pedirle que la devolviera.  No hubo helado que pudiera reparar esa ofensa…

Y por supuesto estaban mis profesoras de secundaria, cómo olvidarlas. La popular “Miss Juana”, una morena alta y de expresión matadora, que era un sargento y que parecía que en cualquier momento te iba a mandar a la reparinpanputa. Con ella despertó mi amor por la historia y la geografía. Gracias a ella hasta el día de hoy puedo dibujar bastante decentemente un mapa del Perú, hecho que me ha valido varios puntos a lo largo de mi vida profesional. Miss Juana, lo tengo que confesar: Mis mapas perfectos eran fruto de una argucia de mi papá Luchito que me ponía 12 puntos imperceptibles en hojas bond para que yo pueda guiarme y lograr esos mapas fidedignos que tanta admiración le causaban. Lo siento de veras, pero finalmente aprendí a hacerlos sin ayudín y por mi cuenta.

Mis últimos años en el colegio no hubieran sido los mismos sin la Miss Gina Follegatti. Una pequeñaja, joven y audaz profesora que a punta de pellizcos y coscorrones hizo que nos entrara la física y la química a la mala, y que todo el salón estuviera tan aterrorizado que marchaba parejo por primera vez en una asignatura. Recuerdo que Miss Gina supo llegar al corazón de todas porque detrás de sus arranques y repiques había compromiso real y pasión por enseñar, además de cariño y preocupación sincera por sus alumnas. En mi caso, la física y la química se evaporaron el primer día luego de terminado el colegio, pero el recuerdo de las Miss Gina pegándole un buen jalón de orejas a la Chiri (quien además le sacaba dos cabezas), acompañará siempre mis mejores anécdotas escolares.

Mi secundaria estuvo marcada por dos hechos importantes: la épica pelea con mi mejor amiga (y consiguiente cambio de sitio) y el segundo hecho que por supuesto terminó con esa pelea: la partida de mi papá.

El primer hecho ocasionó que terminara sentada cerca de un curioso grupo de chicas con quien yo no había tenido mayor contacto, porque eran del grupo cool del salón: Carla y Erika, quienes me tenían al borde de la histeria todo el tiempo con sus ocurrencias, imitaciones, dibujitos y canciones (“Juana la loca, es una toca, llena de caca para tu bocaaa”). Para Carlangas era yo la viva imagen de la Perricholi, y no dudaba en recordármelo todo el tiempo (“eres una perrísima cholaaaaa”!) No se cómo, pero terminamos de sellar la amistad yéndonos a pasar un fin de semana a la casa de mi Titi Concho en Chaclacayo, nos colamos al Club El Bosque por unos matorrales, conocimos un grupo de chicos muy guapos, y así miles de cosas simpáticas que sospecho eran normales para todo el mundo, pero no para mí, que vivía para la chancadera.  

A esas dos chicas las llevaré siempre en mi corazón porque sin saberlo me ayudaron mucho a pasar un  momento difícil en la vida.  Fueron también las épocas de las famosas fiestas en la casa de Jivi (Ivy), donde muchas tuvimos el primer crash con el ojiverde Javier Rojas, quién sólo tenía ojos para Carlangas. Allí martilléabamos el piso al ritmo de “red, red wine” (yo make me feel so fine!). También las épocas de los New Kids on The Block, donde la flaca Iveth parecía salida del elenco, y quien no podía creer que yo no supiera el concepto de un “jean guess” o un cancionero Billboard…

La partida de mi papá ocasionó varias cosas: mi mamá tuvo que trabajar fuera de casa por primera vez, relajó su nivel de exigencia con los estudios y pude por fin disfrutar un poco más del colegio, sin tantas expectativas. Por supuesto que perdí el primer puesto y a nadie pareció importarle (a mí menos que a nadie).  Además recuperé a mi mejor amiga quien hizo de tripas corazón y se apareció del brazo de su hermano al velorio (bendito sea Dios por su generoso corazón), fui sub brigadier general en la escolta y porté la bandera blanca del colegio, hecho que enorgulleció en demasía a mi mami y a mi Titi, quienes no se perdían una actuación donde pudiera alardear con el famoso paso Marinera de la escolta Sanjorgina. 

Ahora que pienso en mi colegio,  siento que me hubiera gustado estudiar un poco menos y disfrutar de mis compañeras un poco más. Veo que las nuevas generaciones han vivido mejor esa experiencia y forman lazos fuertísimos de por vida. Yo siento por muchas un cariño entrañable y cuando veo sus fotos me pareciera que el tiempo no ha pasado, aunque esa oportunidad probablemente sí.

Y no puedo terminar estas líneas sin dedicarles este escrito a mis dos amigas del alma: Rox (alias Haru, Harumi, Kosakosa, Roxana Banana) y Pats (alias la reinits, trixie, patsy, etc.). Con Rox fuimos amigas de bañera, literalmente.  Picture this: yo hija única, que jamás había dormido fuera de casa, que fue autorizada para pasar la prima nocte con su amiguísima del alma, y la mamá de la amiguísima no tuvo mejor idea que calatearnos a todas (Rox, su hermana y yo) y meternos a las tres a la tina para el respectivo baño.  Se imaginarán mi trauma. Y es que así me recibieron en su casa, como una hija más, ni más ni menos. Y aunque el papá de Rox me dijera siempre Juana La Loca, y despertara en mí las peores pesadillas cuando Rox sacaba una mala nota (o sea 15), siempre me hizo sentir bienvenida en su casa: La casa de las maravillas, llena de hello kitties, My Melody, Little twinkle star y toda sarta de objetos maravillosos traídos de Usa o Japón. El paraíso.

Roxie fue siempre la más fiel de las amigas. Chancona hasta el cansancio igual que yo y de un corazón de chifón de para que te cuento.  La veo clarito en primer grado con su pelo cortito de muñequita y una flor en blonda gigante en el pelo, so cute.  Mi Rox, sospecho que pocos se imaginan cuando te ven que están frente a una de las chicas más buenas e inteligentes sobre la tierra. Honor el mío llamarme tu amiga. Como corrías en el colegio oyeeeee! Una de las más veloces on earth.

Y mi Patty, mi querida amiga fashion. La que podía dibujar los mejores atuendos de gala y de princesas sin el menor esfuerzo, y unas historias en papel dignas de la hija de Corín Tellado. La que me explicó por primera vez todos los secretos del depilado y me contó las mejores historias de la vida.  Que difícil debió ser para ella ocupar el puesto de mi mejor amiga. Recuerdo que una vez me propuso intercambiar diarios y tuve que –previo a la entrega - arrancar la única hoja que había escrito con sinceridad, donde versaba “Creo que no tengo corazón…” (en verdad lo creía, ya les contaré en algún otro post), y no había tenido más remedio que escribir varias hojas a la mala en un solo día para tener algo que “intercambiar” con ella.
No recuerdo haber leído en mi corta vida historias tan bonitas como las de su diario, tan llenas de soul, de cariño familiar, de profundidad de sentimientos. Recuerdo que me conmovió la felicidad que le dio esconderse un día y que su mamá la encontrara debajo de la cama.  El día que leí su diario supe que había todo un mundo emocional que no conocía, al que le había cerrado la puerta fruto de la violencia que viví en mi casa.  Añoré esa profundidad de emociones, que me estuvo negada por muchos años y que sólo pude descubrir luego de sendos años de vida parroquial. 


Mi amistad con Patty fue sometida a muchas pruebas, empezando por la diferencia de religiones, la imposibilidad de ir a los cumples, mis faltas de tacto y así y todo sobrevivió. Así y todo tenemos miles de recuerdos en su casa, armando la Puerta del Sol y de La Luna en arcilla, piscineando en El Bosque, peleando y amigándonos.  No sé cómo pero sobrevivimos y hoy cuando nos juntamos las 3, con 5 terremotos de por medio, podemos relajarnos y conversar como en los viejos tiempos, como esas tres amigas de chompa roja y corazón alegre.  Ustedes mi Rox y mi Pats son mi colegio, mi segundo hogar y el mayor regalo de mi infancia.  Por la patria, Por Dios y el hogar.















domingo, 26 de enero de 2014

La chica de Lince

Las Lilas 193, Lince. Esa era mi dirección cuando vine al mundo, hasta los 10 años. Vivíamos en la segunda casa de una quinta de piso empedrado, frente al parque Santos Dumont.

Recuerdo que hace unos años – en medio de una clase de liderazgo alternativo- me sorprendió mucho que ante la indicación de imaginarnos en la puerta de nuestra casa, mi imaginación no volara hacia la puerta de madera tallada de mi depa, sino más bien hacia la puerta de vidrio que daba a la cocina de mi casita de Lince.

Allí mis papis daban pensión a un promedio de 20 personas, principalmente estudiantes de provincia y para ese fin habían aprovechado hasta el último rincón de la casa para ampliar las capacidades de alojamiento al máximo.  Recuerdo que mi infancia estuvo plagada de caras y personajes que estoy segura darían para un libro cada uno.  Lo más notable: un dibujante al que mi mamá le pagó el equivalente a 10 soles para que me enseñara  a echar pluma, con él aprendí a hacer caras, manos, árboles y sobretodo a descubrir mi gusto por el arte. También estuvo “Blanqui”, oficialmente la primera persona gay con la que lidiaba en mi corta vida, y por supuesto quien me tenía fascinada. Ella vivía en un cuartito cerca a la sala y lo tenía completamente saturado de posters, discos, stickers y lo principal: cantaba como los ángeles. Con ella aprendí “por qué se fue, por qué murió”, canción que por algún motivo me tenía loca y que le hacía repetir incansablemente y con paciencia de santa, acompañada de su guitarra.

En el último piso, vivía mi tío “Viejo”, que por supuesto en esas épocas de viejo no tenía nada, era más bien un joven empeñoso, estudiando su carrera de leyes. Subir a su cuarto era como llegar a la torre del castillo. Había que atravesar una empinada escalinata de madera, que - en mi imaginación de niña-  recordaba firmemente haber roto una vez, caído luego por los aires desde el último escalón hasta el tercer piso  y haber sido ingresada cubierta en sangre a la clínica para posterior costura de barbilla. (Luego mi mamá me contó que en realidad eso no había pasado nunca y que me había tropezado en la puerta de la casa, estrenando mis “chancletas” nuevas). Lo cierto es que costura de barbilla hubo y cómo un niño quiera imaginar las causas es un derecho infantil que todo el mundo tiene!

Anyway,  lo del tío lo cuento porque su máxima diversión en esas épocas era pasarme bromas. No fueron pocas las veces que recibí piedritas envueltas como caramelo, deliciosos chocolates que resultaban ser pedazos de madera y todo lo que a su traviesa imaginación se le ocurriera. De vez en cuando, con sus escasos ingresos de estudiante y su corazón de pura azúcar, también me regalaba un heladito de verdad, que al parecer – y lo reclama hasta el día de hoy - no quería yo compartir con él ni con nadie, generando vendetas envueltas en lustrosos y falsos papeles de regalo ; ). Resultó que el tío tenía además una habilidad especial para trabajos en madera, así que tenía en mí a su más ferviente admiradora mientras serruchaba, pulía y armaba muebles bellos que hasta hoy mi mamá luce en su depa.

La pensión era una fuente inagotable para la imaginación, y no contenta con todos los personajes que acompañaron mi infancia, tenía – como buena hija única- una compañera imaginaria (Jeny), a quien mi mamá tenía que servirle su plato de comida, llevarla de paseo y todo como correspondía a mis pedidos de buena hermana.  En esas épocas, el concepto de “nana” estaba bastante lejos de Lince y alrededores. Así que ahora me pregunto cómo haría mi mamá para administrar la pensión (limpiar, cocinar para cerca a 30 personas todos los días, lavar, etc.) ver por mi papá y encima estudiar conmigo, contarme cuentos, cantarme “Niño del Puna” (la canción más triste ever) y llenar mi infancia de recuerdos en los que siempre ella está presente.  Superwoman se queda chica frente a tales habilidades.  Recuerdo a mi titi Concho renegando como si fuera ayer “Tu madre nunca va a hacer plata!, cómo pues va a servirle tremendos bistecks a los pensionistas, pobre mi hermano!!!” jajaja. Cierto…los que han tenido el gusto de probar la sazón de Doña Juana saben que no miento: experta y generosa cocinera, no dudaba en llenar los platos de los pensionistas con deliciosos y abundantes manjares, y daba “repeticuá” orgullosa de la aceptación de sus platos.  
Seguramente si en esos tiempos hubieran hecho un cuadro de ingresos/egresos, el saldo habría sido negativo; pero estoy segura que mi mami tocó las vidas de muchas personas solitarias que encontraron calor de hogar en la pensión de Las Lilas y que hoy la recuerdan con cariño y eso compensa con creces el no haber podido “hacer fortuna”, que finalmente, nunca fue el interés de mis padres.  Increíble verla ahora como empresaria, aún tocando la vida de muchas mujeres que ven en ella un ejemplo. Y vaya que lo es!

En esa casita abarrotada fui muy feliz, y si quisiera guardar un solo recuerdo de mi papá, sería allí, fumando como chino en quiebra, comiendo rico, viendo su tele en blanco y negro (trampolín a la fama, risas y salsas, fútbol…) y roncando el domingo a pierna suelta en su sillón favorito.  Que vida tranquila y placentera la de los linceños. 

Las Lilas 193, siempre serás mi casa de corazón y mi mejor recuerdo de haber tenido, a pesar cualquier problema, una infancia feliz.