jueves, 30 de julio de 2015

De las bodas y otros ángeles. Parte I

Debe ser el influjo de los dos alfajores que acabo de amasar, hornear y degustar, que me acordé que según mi amiga/hermana/comadre Magie: “el alfajor  es el dulce más romántico porque empieza con “a”  y termina con “r” como el amor” y me han asaltado unas ganas locas de retomar mi blog y contar muchas historias que tengo almacenadas en mi memoria y corazón de mis épocas de Wedding Planner. Y es que el amor, jóvenes y jóvenas, es una cosa de otro mundo.

El brindis del más acá

Corría el segundo año en la aventura de las bodas, locación: Hotel Country en San Isidro. 
Estaba con la mamá y la novia terminando de alistarla y “plup” voló la tapa de su perfume que estaba en el velador.  La recogí y no le dimos importancia, seguimos completando las diversas tareas  y haciendo checklist a todo lo que debíamos llevar a la iglesia: ramo, canastita, lapicero, burbujas, etc. etc. La novia sale del baño y “PLUP!!!” vuela ahora muy alto la tapa de la botella de agua San Luis. Voy a examinar el hecho y le digo “Qué cosa más rara? ¡van dos tapas que vuelan sin motivo, sin siquiera tocarlas!”. De pronto la novia me mira con ojos de alma y llenitos de lágrimas, me dice “Ven Chani, siéntate conmigo”. Agarra su billetera de la cartera, se acomoda a mi lado con el amplio vestido y me enseña la foto de un amable y barbudo señor. “Este es mi abuelito Felipe, murió hace tres semanas, en la familia era famoso por descorchar siempre las botellas y gritar “Que venga la felicidad carajo!!!!”. Hoy he pensado mucho en él y en cómo me hubiera gustado que pudiera llegar a la boda, pero en este instante he sentido que está aquí a mi lado, brindando por mi".  Las tres nos miramos emocionadas y supe lo que tenía que hacer: traje la botella de agua, otra de coca cola y un vaso e hicimos el brindis más extraño de mi vida: ¡Por el abuelo Felipe, por la felicidad y por el amor que va más allá de la vida misma! ¡Salud!.

Llegó el padrino

Corría el tercer año de Wedding Planner, locación: Hotel Westin en San Isidro.
Por algún motivo que no recuerdo estábamos solas la novia y yo.  Ella entra al baño antes de colocarle el vestido y yo sigo haciéndole charla desde fuera (una de mis estrategias cuando estaban nerviosas era hablarles y distraerlas con anécdotas imaginarias y reales). De pronto tocan la puerta – pensé que era el fotógrafo – pero era un elegante y risueño señor que me dice “Avísele a la novia que su papi está aquí”.  Dejo la puerta junta y le grito:  “Vane, tu papi llegó!!”.  La novia que estaba cantando en el baño hizo silencio absoluto.   Sale  del baño luego de un minuto pálida y seria, “Chani, mi papá falleció cuando yo tenía 6 años”.

Un poco asustada, salgo disparada para decirle al señor en cuestión que ha cometido una equivocación, pero no encuentro a nadie. Salgo al pasillo contiguo, voy al ascensor, ni rastros del susodicho.
Regresé con la novia un poco avergonzada y  le digo “seguro es alguien que se equivocó de cuarto”. Ella me mira con una expresión indescifrable, va hacia su maleta y saca un marquito de plata con una foto, “Chani, este es mi papi Eduardo”.  ¡Coño! o me estaba volviendo loca o era el mismo señor. Cuál habrá sido mi expresión que Vane me mira profundamente emocionada comprendiéndolo todo y me dice “dime exactamente qué te dijo” y le repito “Avísele a la novia que su papi está aquí”.  Vane me abraza feliz y con los ojos relucientes me dice “Ahora si estoy lista, ¡¡¡Vamos a la iglesia!!!”

Un encuentro muy cercano

Corría el año 2012. Esta vez  me acompañaba en la boda mi colega y amiga Mapu, que ante mis desmayos me regañaba el día entero diciéndome que en mi otra vida había sido “Isaura la Esclava”. 

Habíamos terminado temprano de alistar a la novia, la boda era a las 8 pm y eran las 6:30. Había que hacer tiempo y entretenerla en el camino,  pero más pronto que tarde nos reveló su plan secreto: “Chicas, me he apurado porque antes de entrar a la iglesia, necesito un momento a solas con Dios”. Nos mirábamos Mapu y yo, la una a la otra, y luego a la novia, sin comprender muy bien el requerimiento: “Chicas, NECESITAMOS ENCONTRAR UNA CAPILLA!!!”. 

Empezamos a deambular en busca de una capilla. El chofer de la camioneta (un regalo del tío de la novia)  trastabillaba en cada esquina, luego nos confesó: “Señoritas, no sé manejar autos mecánicos”(are you fu*?&%$ kidding me?).  Mapu le dijo: “¡Bájese señor, yo manejo!”.  Y así con el chofer de pasajero, pasamos por una capilla que estaba llena de gente,  por otra que estaba cerrada y alguien (¿fue Mapu?) dijo: “En la Clínica Tezza tienen una capilla”. Hacia allá enrumbamos ( yo con muy poca fe de poder satisfacer el deseo de la novia,¡ pero había que intentarlo!).  

Bajamos con Mapu a la recepción de la Clínica y le explicamos la situación a la secretaria, quien nos miró con cara de "éstas están cuckoos bananas" y nos dijo “voy a avisarle a la Madre Superiora”. Bajó una monjita de expresión severa pero con un punto pilluelo en los ojos. Le explicamos que teníamos en la camioneta a una novia vestida y lista para casarse, pero que necesitaba con desesperación tener un momento a solas con Dios y que lamentábamos  molestarla pero que no sabíamos a dónde más llevarla. Nos miró por un minuto que parecieron diez. Agüeitó el carro y a la novia, se volteó y dijo “Abran la capilla!”  (ALELUYAAA!!!). 

Salieron dos monjitas que llavero en mano abrieron rejas, puerta1, puerta 2, hicieron entrar la camioneta e iluminaron la capilla. Una capilla sencilla de techo dos aguas, con una inmensa cruz iluminada al centro y completamente vacía a media luz. La novia entró con nuestra ayuda, y se arrodilló frente a la cruz para orar. Salimos despacito para esperarla afuera y a los 3 minutos vimos aparecer de la nada a una monjita que se acercó a la novia y le dejó algo en las manos haciéndole una bendición, y luego ante nuestro asombro pasó otra, y otra, y otra! (llegamos a contar 10 monjitas) quienes se sentaba a su lado, hacían una oración tocándole el hombro o la mano y depositaban rosarios, rosas, cruces, joyeritos y otros regalos bellísimos en las manos de la novia.  ¡No podíamos creerlo!

A los quince minutos salió Caro, cargada de regalos y con los ojos más felices que recuerdo, miró profundamente a Mapu y le dijo con voz ahogada por las lágrimas “Que grande es nuestro Padre Dios!” y nos abrazó a las dos.  En silencio guardamos los regalos, subimos a  la camioneta y emprendimos la ruta hacia la Iglesia. Nadie dijo nada en el camino.  Y en realidad no hacía falta: nuestros corazones tenían la certeza de haber presenciado lo más cercano a un milagro nupcial.

(Foto de Caro, by Tahuano)