I
Año 1992, quinto de media. Con la inesperada partida de mi
papá todo parecía estar de cabeza y mi futuro se había vuelto bastante
nebuloso. El plan original siempre había sido que siguiera los pasos de mi Titi
Concho: ella había estudiado en la Academia British y había sido secretaria de
alto nivel toda su vida. Fue justamente trabajando en General Motors donde conoció
al amor de su vida y compañero hasta el fin de sus días, mi tío René, que
además ostentaba el puesto de gerente general y que había facilitado su ingreso
por la puerta grande a una vida privilegiada. En preparación para estos fines, durante
el colegio yo ya había estudiado “Charm”
en Saga Falabella (ay que lejos quedaron
los consejos…), Mecanografía en alguna academia de la avenida Arequipa e
Inglés toda la secundaria en el Británico.
Recuerdo que un día mi mamá me preguntó previo a la entrevista
en la British: ¿hija, realmente, qué te gustaría ser en la vida?, y yo pues no
la tenía clarísima, pero había añorado siempre dedicarme a la publicidad,
motivada – con vergüenza lo confieso- por el programa “Hechizada”, donde el
corazón me estallaba en júbilo cada vez que Darril (ayudado por Samantha, la
bruja) ideaba una maravillosa estrategia publicitaria para el beneplácito de
Larry, su jefe.
Mi mamá se entusiasmó con la posibilidad y empezó a ver
opciones, resultaba que en Toulusse
Lautrec me aceptaban con alfombra roja, por mi record de notas. Pero claro…
Juanita Vásquez no se conformaba con la opción más sencilla, y así fue
averiguando y descubrió que la Universidad de Lima tenía la mejor facultad de Comunicaciones
en aquellas épocas.
No me quiero ni imaginar cómo fue la entrevista cuando pisó
por primera vez mi alma mater. Lágrimas hubo
de todas maneras. Recuerdo muy bien dos cosas que me dijo cuando regresó a
casa, abatida: “Me dijeron que lamentaban lo de tu papá y comprendían lo
valiosa e inteligente que seguramente eras, pero que debía pensar en el futuro
y que esta universidad no es para gente sin recursos, que seguramente cualquier
academia estaría feliz de tenerte”
Le habían roto el
corazón a mi madre…
Pero no se imaginaban los buenos cristianos de la
Universidad de Lima que habían conseguido el efecto perfectamente contrario,
despertaron a la fiera interna, a la chola terca, a la súper mujer que siempre
ha sido (y sigue siendo). En su corazón, la determinación de que su hija iría a
esa distinguida universidad, había arraigado como cemento. Y justamente esa es
la segunda cosa que me dijo aquel día con algo más de entusiasmo en la voz
“hija, pasé por una cafetería (la famosa cafetería de generales) y me sentí en
un sueño, que chicas tan hermosas, que ropa tan preciosa, unos chicos gringos
que parecen modelos, me dije nuevamente: que osada eres Juana!”. Y lo era (además de un poco racista, por
lo visto ja ja).
Y luego no sé cómo, estaba yo dando el examen de ingreso, y horas más tarde, celebrando humildemente con
inka cola y mis amigos parroquiales mi ingreso a “la primera”, y enfrentando el
hecho de que al menos durante todo el primer ciclo la vida iba a ser muy
difícil para la economía familiar pues recién
en el segundo ciclo podían “recategorizarme”. Y resultaba que mi pelangocho
“San Jorge de Miraflores” estaba catalogado como colegio clase “B” (¿are you freaking kidding me!!!!???).
Ciertamente no le vi mucho la cara a mi señora madre durante el ciclo, salía a
trabajar a las 8 am y regresaba a las 10 u 11 pm de recorrer sabe Dios cuantas
casas y micros para llegar a su meta diaria de ingresos en Unique. Bendita sea mi progenitora.
No fue necesario hacer perder el tiempo del consejero
vocacional: miró mis resultados (Cerito redondito en mate, 99% en razonamiento
verbal y por ahí bien en conocimiento de historia, lenguaje y demás hierbas).
“Bueno, me imagino que no vas a ingeniería”. Pues no señor, YO VOY A
COMUNICACIONES! amo la publicidad! Perfect
match.
II
Inventario para empezar las clases: dos o tres polos
“decentes”, cero jeans guess en mi haber y un pelo estilo salvaje de para que
les cuento.
Así me presenté el primer
día de clases, con unas separatas de 500 hojas y con el corazón hinchado al ver
lo maravillosa que era la universidad y la gente tan interesante con quien
compartiríamos clase y probablemente destino…
Y…cha cha chánnnn…
el primer ciclo fue una gran decepción.
No en la vida académica porque - salvo mate 1 que pasé con
un nada honorable y previsible 11 para definitivamente olvidarme de los números
durante toda mi vida universitaria- mi boleta mostraba unos saludables 16 y
hasta 18s! Pero yo acostumbrada a ser amiguera y a andar acollerada comprendí
que las diferencias si importaban en mi universidad. Mi colegio y sus “pitucas”
eran chancay de quina comparado con el elitismo que se vivía en aquellas épocas
en la universidad de Lima…
Para mi maldita mala suerte me tocó un salón especialmente
VIP (a diferencia de otros amigos que me contaban que en sus salones la cosa
era mucho más matizada). Tenía desde una futura Miss Perú (la hermosa Ljuvica),
hasta un grupo de 5 gringas más sus inseparables churros, del “San Silvestre
high school” que parecía andar en pasarela y literalmente no se hablaban más
que entre ellos (sin contar la cara de peste si les dirigías la palabra),
pasando por un grupo de gente visiblemente acaudalada y feliz que se conocía ya
desde la Pre Lima.
Nos había tocado el honor de tener a una chica becada de
Ayacucho que era una lumbrera y amabilísima: Dolores. Ni que contarles del
bulling que le hacían en el salón, la llamaban “Hurt” y era el flanco favorito
de bromas pesadas y aullidos inoportunos. No puedo ni imaginarme la impresión
que se habrá llevado de los limeños, vergüenza me da de sólo pensarlo. He de
rescatar que escondida en el baño, me gané con una conversación entre Ljuvica y
su grupo, donde ella les dijo claramente “por favor no se burlen de ella por
ser humilde”, me imagino que había que tener pelotas y un gran corazón para ser anti cool, poner en juego su manifiesta
popularidad y enfrentarse a semejante grupo para defender a una desconocida. Se
ganó mi voto eterno como Miss Simpatía y la adoré en secreto.
Por supuesto que habían excepciones (bien contaditas), ya en
aquella época tuve la dicha de coincidir en el salón con mi futura patísima del
alma Silvyta Takano, quien muy sabiamente se limitaba a estudiar y a parar con
sus dos amigos de la Pre. Era imposible
que fuéramos amigas en aquel entonces. El entorno hostil era muy fuerte…recién
en facultad pudimos tejer los lazos que hasta hoy nos unen. En realidad, luego
en facultad me encontré nuevamente con varios compañeros de primer ciclo y su
actitud era totalmente distinta. Tal vez simplemente, fue una muy mala coincidencia
y la fuerza del grupo los arrastró a todos…
Silvy no me dejará mentir ni exagerar. La única vez que intenté “integrarme” haciendo conversación con alguna chica del grupo cool (cuyo nombre mejor me reservo) el resultado no pudo ser más desastroso. Resulta que me di cuenta que ambas veníamos en el bus de la Universidad y simplemente le comenté con una sonrisa “¿tu vives por el cole Pestalozzi, no?” y no tuvo mejor respuesta que “Si, por qué???!!! Me has estado siguiendo?!!!!” ya se imaginan su cara de terror (¿parecería yo terruca en aquél entonces?).
En fin…Dios siempre deja una ventana abierta, así que
hicimos un grupito 4 chicas algo relegadas y afines en muy poco, pero había que
sobrevivir.
Incluso ese mini grupo se partió en dos, cuando empezamos a
notar que una de nuestras amigas se caracterizaba por la exuberancia y que los
jeans “Furia” con cadenitas no eran bien recibidos por nuestros compañeros, que
ya empezaban a soltar silbidos burlones cuando entrábamos al salón. Recuerdo
que mi amiga Carla me llevó al baño y me dijo “Chani, si seguimos siendo sus
amigas, nos van a empezar a torturar a nosotras también, te lo ruegoooo, no
puedo soportar lidear con esto empezando la universidad”. Me apena hasta hoy
que mi respuesta no haya sido muy diferente, cedí a sus ruegos y opté por la
desaparecida de a dos, pasando al anonimato social, pero alejando también al
blanco de las burlas. Pena por mi, pero a los 16 años se puede perder la perspectiva
y la sensatez con suma facilidad.
Y así fue que terminé el primer ciclo con una sola amiga,
amiga que además no coincidió en ninguna de mis clases de segundo ciclo…estaba perdida!!!
Pero el mundo pintó muy distinto en segundo ciclo: los
salones estaban chocolateados, la gente parecía más amigable y relajada y las
perspectivas parecían bastante buenas.
III
Y ahí nomás la conocí. Una chica de sonrisa feliz y pelo alborotado, que parecía
tener poco respeto por los códigos de vestir de la universidad y que al parecer
había sido de las más populares en su salón de primer ciclo. Nos presentaron,
me sonrió feliz y al parecer decidió que seríamos íntimas así de rápido.
No quiero sonar exagerada, pero “Al César lo que es del
César”, Nadine me introdujo a un mundo de gente amable y simpática, que al
parecer también estaban dispuestos a aceptarme a pesar de la evidente
diferencia de…bueno: de todo (ropas,
propinas, almuerzos, casas, etc.). Además, su vida estaba rodeada de música,
era amiguísima de todos los tunos y cantaba como los ángeles en el grupo vocal.
Me enseño a estrenar mi voz por primera vez al ritmo de Mecano y Silvio Rodríguez
(“Quise cortar la flor más tierna del
rosal…”), y con ella encontré mi lugar en la Universidad. Yo no podía
entender en aquel entonces, como podía ella ser tan irreverente, estudiosa y
artista al mismo tiempo. Ciertamente su amistad me hizo cuestionar muchas
cosas. Se ponía- literal- lo primero que encontraba (podía ser una blusa de su
mamá o un polo del colegio), los jeans los llevaba pintados o rotos y no
parecía importarle un bledo que la miraran raro las chicas bien vestidas de la
de Lima. Ya le había contestado a una gringacha de nariz fruncida que había
cuestionado su forma de vestir: “¿por qué usas los jeans pintados ah?” “Porque me da la gana ah”. Ciertamente la "sutileza” nunca fue uno de sus
atributos distintivos ;)
Su personalidad fuerte como una roca, hacía que se
desenvolviera igual así estuviera delante de la más pituca “Berckemayer”, de
los profes o nosotras. Y creo que por eso todos la respetaban y apreciaban. Especialmente
los profesores, que al parecer recibían con apertura sus agudas preguntas y
cuestionamientos en clase. Ciertamente ella se movía entre todos los “estratos”
con gracia musical y sin modificar ni un pelo, y eso, en esas épocas de mi
vida, era para admirarse. Mi segundo ciclo cerraba con buenos vientos,
incluidos campamento en la playa y un grupo grande de amigos y amigas que
lamentablemente partían rumbo a sus respectivas facultades para no volver
(Ricki, Pepito, Marilú, Martín, Mate…).
La entrada a Comunicaciones pintaba bien con Nadine al lado.
Pronto se sumarían a nuestro grupo
Lissette (la ratona), Sylvia, Magie (mi hoy adorada comadre), Rafaél, Mila, y
muchos otros amigos que tengo el gusto de poder llamar amigos hasta el día de
hoy.
III
Nuestra vida en la facultad consolidó intensamente nuestra
amistad, prácticamente vivíamos en casa de la ratona o de Nadi, donde siempre
había puertas y ollas abiertas para nuestras largas horas de estudio. Porque a
eso principalmente nos dedicamos en la facultad: a estudiar! Lissete, Sylvia,
Nadine y yo éramos un grupo dedicado a sacar buenas notas, a leer leer y seguir
leyendo y a hacer trabajos, espero, modestamente buenos, como nuestras notas, hecho que nos había permitido acceder a becas parciales de estudios a las 3. (¿quién
pensaría hoy que Nadine se juntaba con un grupo de chanconcitas?). Lo cierto es
que de todas, ella era la más popular, buscada siempre por la gente del coro,
los tunos u otros grupos a los que pertenecía (jugaba en el equipo de voley y ping pong de la universidad, trabajaba primero con el profe Abugattas y luego con Protzel). Pero por alguna extraña razón, parecía a todas luces
preferir estar con nosotras que francamente no teníamos mucho con que competir
en una universidad como la de Lima.
Mi depa no lo visitábamos tanto, pues estaba en franca
desventaja para hacer los trabajos (no había compu, ni mucha comida o espacio!),
pero la casa de Nadi si estaba bien equipada, era grande, luminosa y su mamá
era tan cálida y buena con nosotras, que podíamos pasarnos horas de zamponas.
Ese fue un segundo aspecto de nuestra amistad que me cuestionaba en demasía. Yo
nunca había visto una relación madre-hija tan armónica, tan amical y cómplice. Yo ni en mis mejores sueños podía imaginar una situación
parecida de intimidad con mi mami. Era evidente para ella y todas mis amigas
que ese era un aspecto “por resolver” en mi vida. En aquel entonces no podía
ver con claridad y venía de años de resentimiento con mi madre, por sus
exigencias y estilo salvajuno de crianza (“letra con sangre, entra”). Por
supuesto todas mis amigas, como buenas cómplices, hacían el ojo gordo.
Todas menos ella.
Además de mi vida universitaria, era yo por aquel entonces
una catequista dedicada. Tenía un gran grupo de amigos en la parroquia y pasaba
mis escasas horas libres del fin de semana preparando chicos para el sacramento
de confirmación y en retiros y similares.
Recuerdo que un año les pedí a mis amigas de la U. que me
enviaran una cartita a un retiro. Por supuesto estas cartitas iban en el tenor
de “lo maravillosa que eres” y “cuánto te quiero” y “sigue así”. Pues la carta de Nadine fue muy diferente.
La recuerdo como si la estuviera viendo, porque empezaba
directo al grano. “Yo se que todas las cartas que vas a recibir te van a decir
lo linda, buena amiga y excelente persona que eres. Y yo también lo pienso,
pero carajo Chani, TIENES que hacer algo con la relación entre tú y tu madre.
Ella es la única familia que tienes, te adora y se rompe el alma para darte la vida que tienes.
No se cómo, ni qué tienes que hacer, probablemente un poco de “perdón” no vendría
mal y que dejes de una vez el
resentimiento que no te permite ser con ella lo buena, linda y cariñosa que
eres con nosotras”. Yo estaba en shock. La
carta continuaba en ese matiz: “…A veces veo en ti una persona con la que puedo
identificarme tanto, pero muchas otras
veo la vanalidad, la apariencia, y no te soporto…”
Carajo, me tenía
completamente descifrada.
Hay dos cartas que marcaron mi vida para siempre, la que me
escribió mi papá para mi retiro en la confirmación, un mes previo a su partida
y esa que me escribió Nadine a los 18
años, con una sabiduría propia de una mujer a carta cabal y una capacidad de
leerme absolutamente certera.
Y esa misiva fue el preludio de años de amistad. Puedo
evocar miles de momentos en la universidad con ella y mis amigas, sentadas
cantando “era en abril el ritmo tibio…”
en el precioso y mágico jardín que hoy ostenta algún perfecto edificio de puro
cemento; gritando en el cuarto piso para pasar el rato (“tú! El de jean”) a los
desubicados cachimbos que con paso inseguro se cruzaban por nuestro camino.
Acompañándome en mi pequeña “operación” en el consultorio de
la universidad, a la que fui prácticamente arrastrada por ella y que pude
sobrellevar gracias a su fuerte apretón de mano durante toda la intervención;
consolándome ante mi primer “break” con el primer enamorado y amor eterno de turno ( yo llorando
desconsolada en la cama de la ratona, ellas mirándome con espanto sin saber que
decirme y Nadine pasándome un carrito masajero por la espalda y diciéndole a
las chicas “¿qué hacemos ahora?” con cara de congoja). Viajando a Las lomas de Lachay para uno de nuestros primeros
reportajes y a Ica para visitar la tumba de Sara Helen y así escribir una de
nuestras primeras crónicas grupales.
No olvidaremos Lissete, Nadine, Rafaél, Sylvia y yo la mini
aventura que representó ese viaje, donde ya nos sentíamos comunicadores a carta
cabal, entrevistando a los aledaños y despidiendo a gritos a Magie, quien se
alejaba sola y triste en un bus, luego que su mamá le hubiera dicho la vela
verde ante su intención de pernoctar con nosotros en Pisco.
Y de estas historias hay miles. Todas plagadas de sonrisas.
IV
Mis recuerdos de la universidad están cariñosamente envueltos
en ellas, mis amigas queridas. Mi ratona siempre tan noble, tan buena amiga y
reilona. Calladita como su apodo lo indica pero tenaz para los estudios y digna
compañera de mis amanecidas con chocolate y coca cola. Su casa (que quedaba a 5
cuadras de la mía) en “Loma Alegre”, hacía honor a su nombre: allí encontré
siempre carcajadas, mucha familia, comida sabrosa, música y un cuarto digno de
mis mejores sueños. Sus adorables progenitores ya me habían adoptado y nunca
cocinaban justo (aunque hemos de reconocer que Pepito, el menor y único hijo
varón, se llevaba siempre los mejores bistecks).
En aquellas épocas yo no tenía propiamente un cuarto y
dormía en un sofá cama en un espacio muy estrecho, así que el amplio cuarto de
la ratona, donde estudiábamos era el paraíso. Recuerdo que se nos había dado
por Gilberto Santa Rosa y ese cuarto fue testigo de alocados bailes a ritmo de
salsa, género para el que la ratona ostentaba una habilidad envidiable
“Perdóname, perdóname…” y “La conciencia me dice…que no te debo querer…”.
También en ese cuarto compartimos las confidencias de
nuestros primeros amores, las sonrisas más enamoradas de nuestras vidas, contándonos con felicidad y
complicidad indescriptible nuestras primeras salidas, los primeros besos y las
primeras desilusiones también…Hasta en eso habíamos coincidido!
La vecindad entre Lissie, Nadine y yo, no dejó de lado
extensas visitas a la casa preciosa de Sylvia (o Siluyita como la llamábamos
con cariño). Sin lugar a dudas la casa mejor parada de todas, que hacía despliegue
de delicados adornos orientales e incluso una mampara japonesa hecha a mano
maravillosa. El mundo mágico de Sylvia incluía un cuarto lleno de
preciosidades, muñecos sin igual (como el famoso puppet Ikito), flores y sobretodo: la cocina. Su casa era sin duda nuestro
palacio gourmet, porque cuando nos quedábamos a almorzar, no sabemos cómo,
siempre teníamos a disposición una mesa estilo buffet, donde puedo recordar con
claridad los bistecks apanados, las lassagnas maravillosas, los enrrollados. Y
ella, tan señorita, tan sencilla, dulce y graciosa. Con un corazón digno de
otro mundo, y una inocencia que hacía juego, nos inspiraba a no ser tan bandidas
y comportarnos decentemente de vez en cuando.
Recuerdo que cuando estábamos empezando a ser realmente un
grupo, se nos dio a Lissie, Nadine y a mi, la terrible forajidez de salir corriendo
apenas acababa la clase, para instalarnos en el cuarto piso con los amigos
musicales. Y algunas veces nos olvidamos de avisarle a Sylvita. Y ella tuvo el coraje de cuadrarnos un día,
con ojitos húmedos.
Lissete y yo no sabíamos que hacer para consolarla, luego de
reconocer que habíamos sido unas zamarras, pero Nadine estallaba de gozo:
chicas, no estemos tristes, más bien esto significa que ya somos un grupo y nos
queremos, que felicidad! En ese momento quise estamparla, pero ahora entiendo
su punto de vista. Y esas lágrimas de amistad que botamos todas haciendo eco
del cariño dañado, terminaron por sellar en silencio nuestro pacto de amistad
eterna.
V
Mi vida por la universidad de Lima no fue todo lo sociable
que me hubiera gustado, me la pasé principalmente en clases (llevando entre 7 u
8 asignaturas), en la biblioteca y en mis tiempos libres trabajando de
practicante en la Facultad de Administración.
Despotricar contra mi madre que me hacía pasar las
vacaciones escolares en clases de
mecanografía e inglés, había sido muy injusto, pues estas habilidades me
diferenciaban de otros candidatos y me permitieron obtener rápidamente un
trabajo en la universidad, con un sueldo decente para la época (400 soles!),
que me permitía de vez en cuando comprarme un jeancito o darme un gusto.
La vida trabajando en la facultad merece otro post, pero los
personajes que allí me acogieron: la hermosa, pulcrísima y divertida Maritere,
mi primera jefa; el brillante y excéntrico Martín, el segundo; los profesores y
amigos entrañables, permitieron que mi paso por la universidad fuera mucho más
sencillo y con un apoyo increíble. Allí ponían a mi disposición la computadora,
la impresora o cualquier otra necesidad urgente que se presentara. Sin contar con que mi jefe Martín estaba
empeñado en que aprendiera lo más posible y me hacía leer sus lecturas de
maestría, asistir a sus cursos de Procesos, Sistemas de Información, etc. que
finalmente me fueron de suma utilidad y me convencieron que no me habría ido
tan mal en Administración como hubiera pensando.
VI
Mis cinco años por la universidad pasaron volando, era ya 1997 y el escenario político estaba bastante movido. La Universidad no participaba oficialmente en las protestas contra Fujimori, pero se formó un grupo que modesta pero enfáticamente representó a nuestra Alma Mater en las lavadas de bandera y manifestaciones juveniles. Nadine por supuesto nos abandonó un poco por esas épocas, liderando muchas de las marchas que partían de la universidad (y según recuerdo hasta la habían citado donde la rectora para regañarla!).
Finalmente, el último año, mi vocación por la Publicidad se esfumó del todo cuando descubrí que podía aplicar todos sus principios a temas de desarrollo humano. “Comunicación para el desarrollo” era una especialidad algo relegada y nada popular en la de Lima, pero me fascinó desde el día uno, cuando por casualidad me apunté para el curso de “Marketing Social” dictado en aquel entonces por la temible y a la vez fascinante Marilú Wiegold (que se había hecho fama de hacer llorar a los alumnos que no respondieran a sus expectativas) y terminé sumándome a los 8 galifardos que habían optado en aquel entonces por esta rama algo bizarra.
Finalmente, el último año, mi vocación por la Publicidad se esfumó del todo cuando descubrí que podía aplicar todos sus principios a temas de desarrollo humano. “Comunicación para el desarrollo” era una especialidad algo relegada y nada popular en la de Lima, pero me fascinó desde el día uno, cuando por casualidad me apunté para el curso de “Marketing Social” dictado en aquel entonces por la temible y a la vez fascinante Marilú Wiegold (que se había hecho fama de hacer llorar a los alumnos que no respondieran a sus expectativas) y terminé sumándome a los 8 galifardos que habían optado en aquel entonces por esta rama algo bizarra.
Ahí coincidí con un joven y entusiasta Iván Amézquita, que
además de su vena social, compartía la pasión por la música de Nadine y cantaba
con ella como los ángeles en el grupo vocal de la universidad (“You and I must make a pact, we must bring
salvation back”); también con mi entrañable Rodolfo Alejandro y muchos
otros amigos con quienes formamos el CICODES (Círculo de Comunicación y
Desarrollo), liderado en esas épocas por el Profesor Máx Tello, quien luego
sería mi jefe en Johns Hopkins.
Y así sin darme cuenta llegó el día de la graduación, donde la presidenta (de la promoción y del corazón también) Mila Tuccio agradeció a todos los que habían hecho posible nuestra formación y se mandó el discurso más divertido y emotivo de la historia de la universidad (con video incluido!).
Ese día no podía sentirme más contenta (felicidad
ligeramente ensombrecida por el hecho que a Nadine no le dio la gana de ponerse
la toga y participar en la ceremonia!) porque veía a mi lado a la ratona feliz,
y frente a nosotras a toda nuestra familia, amigos, enamorados, tomándonos
fotos y compartiendo el cierre de uno de los capítulos más importantes de
nuestras cortas vidas.
Yo sabía que ese sencillo diplomita estaba hecho de mucho sacrificio. Principalmente
de mi madre, pero también mío y de
otros ángeles como mi tía Conchito, que en algunos momentos de angustia, dejó
de lado cualquier tipo de vergüenza y salió a vender sus maravillosos vestidos
y zapatos para ayudar a pagar las cuentas. Jamás voy a olvidar su expresión y
el brillo en sus ojos en mi cena de graduación. Esa alegría que estoy segura le regalé aquel día
es lo único que me compensa cuando me pongo a pensar lo deficiente que fui como
sobrina.
La universidad de Lima fue testigo silencioso de muchas “primeras
veces”: mi primer amor, mi primer trabajo, mi primer cero, mis primeros logros
académicos. Allí terminé de forjar mi personalidad y la seguridad en mi misma.
Allí también tuve las primeras amistades “maduras” en mi vida. Fueron pocas,
pero me marcaron en lo más profundo.
930510 será siempre
el número que me identifique en mi alma mater. Para mí, mucho más que un código
académico, es un código de amistad, lealtad y crecimiento. Un código de honor,
a pesar de cualquier tempestad. Y a ustedes, mis amigas preciosas, compañeras en el viaje de la vida, las veré siempre como son: cada una tan diferente y a la vez tan parecida en lo más importante, la espledidez de sus corazones y el alma de niñas, que a pesar de todas las vicisitudes, sigo viendo con claridad las contadas pero felices veces que logramos reunirnos. No hay ciencia ni praxis que pueda competir con eso.
(aquí haciendo la "Salamandra", bichito acuático que nos tenía fascinadas)
Mis 4 nenas
Con nuestro querido Mr. In
Mis 18
Recién graduada...Juanita Vásquez no podía más!
Con amigas de la promo!
Nuestra última reunión, para recibir a Sylvita desde Japón!